EUROPA Y LA IZQUIERDA

Artículo de MÁRIO SOARES en "La Vanguardia" del 12-2-99

El primer mes del año nos trajo el euro y, con él, una cierta fugaz euforia europea. El contraste con el resto del mundo podrá explicar el fenómeno. La crisis se generaliza inexorable y peligrosamente: de los llamados tigres asiáticos a Japón y China; de Medio Oriente al mundo islámico, a América Latina y, en especial, a Brasil; de la Confederación Rusa a las zonas críticas de la Europa del Este; sin olvidar África, un continente completamente a la deriva, sin rumbo y sin esperanza.

Es cierto que, del otro lado del Atlántico, Clinton hizo un discurso no menos eufórico sobre el estado de la Unión, como si América hubiese resuelto, durante sus mandatos, todos los problemas los suyos y los de los otros y solamente le faltase ahora recoger la consagración universal. Está lejos de ser así. Es cierto que hay índices macroeconómicos que podrán corroborar, en el plano interno, la visión idílica de prosperidad presentada por Clinton.

Sin embargo, los grandes desequilibrios sociales, las desigualdades étnicas, una cierta inseguridad relativa al futuro de la economía más allá de los escenarios optimistas, la violencia de la sociedad a todos los niveles y el malestar en términos políticos persisten y hasta se agravaron. Eso sin hablar de la grave crisis de credibilidad y de liderazgo a la cual América está confrontada.

Regresando a Europa, concordemos con que el euro es, seguramente, una cosa buena. Pero atención no constituye un fin en sí mismo: es un instrumento, un motor para una efectiva integración europea basada en la solidaridad de los objetivos y de los valores. Sin una verdadera unidad política de la UE no conseguirá afirmarse en el mundo ni adquirir la estabilidad capaz de colocarla al abrigo de los viejos demonios de la conflictualidad, de los nacionalismos agresivos, de la xenofobia y del racismo, responsables de dos guerras mundiales. Por tanto, el euro, sí; pero con la condición de que se avance en la profundización institucional y política de la UE, para poder pasar a una nueva fase, más responsable y fecunda, como se impone.

¿Será esto posible? Se trata, en efecto, en este primer semestre del último año del siglo que coincide con la presidencia alemana, de una Alemania que volvió a ser gobernada por la social-democracia de un desafío decisivo: reforzar la importancia de la Unión Europea, en Europa y en el mundo, dándole una consistencia política y una unidad efectiva que solamente pueden resultar de la profundización institucional, dotándola de mecanismos apropiados de decisión y de una eficaz coordinación de las políticas externas y de seguridad. Sin lo cual no tengamos dudas la UE no sobrepasará el impasse en el cual se encuentra. Su ampliación no será posible en tiempo razonable, cosa gravísima si tenemos en cuenta que, como sabemos, la adhesión o la asociación a la Unión es la única esperanza consistente para los países de Europa central y oriental y el mejor antídoto para defenderlos de su inseguro y turbulento vecino del Este.

¿Tendrá Alemania perfecta conciencia de las responsabilidades históricas que le corresponden? ¿Tendrá la determinación y el coraje necesarios para sobrepasar las resistencias de las rutinas instaladas, de los inevitables egoísmos nacionales, de las presiones de los intereses inmediatistas del electotado? ¿Como tuvo cuando llegó la hora de la unificación? Sucede que al mismo tiempo que la socialdemocracia llegó al poder en Alemania asociada a los Verdes, lo que refuerza la responsabilidad de las dos familias, el Reino Unido está gobernado por el New Labour, Francia por el socialismo democrático de Jospin, que lidera una izquierda plural, Italia por el socialista D'Alema, ex comunista convertido a las virtudes del socialismo democrático, para no hablar de los países más pequeños como Portugal, donde el socialismo democrático fue el primero en regresar al poder bajo la conducción de António Guterres.

Trece países de quince, en la Unión Europea, están hoy abiertamente gobernados por partidos con asiento en la Internacional Socialista o cuentan con partidos socialistas asociados al gobierno. Es una tremenda responsabilidad. Una oportunidad his-tórica, también, que no debemos dejar pasar como si se tratase de una mera coincidencia fortuita.

En realidad, es para mí evidente que el viraje a la izquierda de los electorados europeos es resultado de las condiciones objetivas, como se decía en el tiempo del marxismo triunfante. ¿Cuáles? La crisis evidente del neoliberalismo, que concentra la riqueza en cada vez menos manos y genera, por todos lados, la pobreza más abyecta y sin la más mínima sensibilidad social; el flagelo del desempleo que alcanza a las sociedades contemporáneas más desarrolladas, por la vía de la revolución tecnológica que condiciona el sistema productivo; la primacía de la economía sobre la política y sobre lo social, lo que crea legiones de excluidos y de marginados; el capitalismo especulador integrista, como le llama Soros en su último libro de movilidad extraordinaria, cuyo único objetivo es la ganancia por la ganancia, indiferente a los valores y a los inte-reses de las poblaciones y de los estados; el culto a la violencia, alimentada diariamente por los medios audiovisuales, condicionados por los grandes intereses; la impunidad de la crimina-lidad internacional organizada, como el nar-cotráfico; del tráfico internacional y clandes-tino de armas, de la proliferación de armas de destrucción masiva, del lavado de dinero sucio por instituciones financieras aparentemente respetables...

Fue la conciencia de esta verdadera crisis de civilización con la que el mundo consciente está confrontado en este final de milenio la que llevó a la izquierda al poder en tantos países de la Unión Europea. ¿Para hacer qué? ¿Lo mismo que los gobiernos de la derecha, gobernando el día a día, con los ojos en las encuestas, la ayuda del marketing político y una posición de subordinación permanente ante el poder del dinero, las exigencias del mercado y las reivindicaciones corporativas de los segmentos más agresivos del electorado?

Seguramente, no. La opinión pública europea espera que los gobiernos a los cuales les dio el poder, en la gran mayoría de los estados de la Unión, sean fieles a los valores de solidaridad que representan, ayuden a mudar las condiciones de vida de los más desfavorecidos, luchen con éxito contra el desempleo y la exclusión y no desperdicien la gran oportunidad histórica que les fue concedida. ¿Qué sería de la Unión Europea y del papel de equilibrio que se espera que desempeñe en el mundo si viniese a perder esta oportunidad? El camino para nuevas aventuras totalitarias y para el populismo más demagógico quedaría grandemente facilitado...

Ábrase el gran debate de las ideas y de los valores, comenzando por el interior del Partido Socialista Europeo, que ha tenido hasta ahora una existencia tan discreta. Discutan entre sí, fraternalmente, los partidos socialistas, socialdemócratas y laboristas europeos, con responsabilidades en los gobiernos de los respectivos países, para trazar en conjunto el camino que seguir, la estrategia del ataque a la crisis mundial y el modelo de sociedad que importa defender. Extiéndase ese debate a todos los sectores que se proclaman de la izquierda: Europa puede y debe ser, en esta región del mundo, la nueva utopía creadora de generosas soluciones. Conciéncense y movilícense las sociedades civiles en favor de las grandes causas, con apertura de espíritu e independientemente de posiciones político-ideológicas. La Unión Europea tiene un papel que desempeñar de tremenda importancia histórica, si fuera capaz de crear un espacio sólido de estabilidad social, de progreso y de paz, desde donde puedan irradiar los valores de solidaridad, de justicia y de pluralismo que sirvan para iluminar un mundo en crisis. Sólo la Unión Europea, en asociación crítica responsable y en igualdad con Estados Unidos, será capaz de dar un nuevo impulso a las Naciones Unidas y a los grandes ideales humanistas que estuvieron en la base de su creación al final de la más horrible de todas las guerras. Es importante que las Naciones Unidas tengan medios y condiciones para responder a los llamamientos que todos los días le llegan de todas las partes del mundo. ¿Queremos regresar a los estériles conflictos de los siglos XIX y XX o abrir resueltamente, para el próximo siglo, los caminos del futuro y de la esperanza?

Si existe voluntad pública y ambición para tanto, es el momento de actuar en el cuadro europeo. En el cuadro europeo, con seguridad, tal vez incluso más que en el ámbito de cada una de nuestras naciones. Vale la pena. Hay condiciones para que tal combate tenga éxito. Lo que está en juego es muy importante. Las mujeres y los hombres conscientes saben bien que se deben empeñar, solidariamente, en ese combate. La dificultades de la Unión Europea no son tan difíciles de superar. Son ridículamente menores en términos de euros. "Sin solidaridad dijo al diario 'Público' Bronislaw Geremek, ministro de Asuntos Exteriores de Polonia Europa corre el riesgo de una crisis profunda." Tiene razón. Elevemos entonces el debate más allá de los intereses inmediatos y egoístas de cada comunidad nacional. Osemos luchar y abrir nuevos caminos. ¡Es urgente!

MÁRIO SOARES, ex presidente de la República de Portugal y presidente del Movimiento Europeo

© "PÚBLICO" Traducción: Lina Martins