EN TORNO A LA ENCRUCIJADA VASCA

Artículo de FRANCISCO JAVIER SANABRIA en "El País" del 14-4-99

Tras las elecciones autonómicas de octubre, venimos asistiendo a un salto adelante en las reivindicaciones del nacionalismo vasco, lo que al menos tiene la virtud de clarificar el panorama político. En efecto, si hasta hace bien poco aún cabía hacer conjeturas sobre los propósitos últimos de los partidos nacionalistas vascos "moderados" -frente a los partidarios de los métodos criminales, abiertamente hostiles a España-, tras el agrupamiento de todos en el proyecto común de Lizarra, sus jefes de filas se vienen decantando abiertamente por avanzar en el objetivo de distanciarse de España, logro que se vería facilitado por el estrangulamiento político de los demás vascos y el hastío de los españoles.

Ante este envite, de indudable importancia para el futuro del País Vasco y de España, no es ocioso reflexionar sobre algunos aspectos ingratos del movimiento nacionalista vasco:

1. En primer lugar, es inevitable referirse a su "pecado original", una aversión -desprecio- a lo español inspirada en un sentimiento de superioridad moral, cívica y racial. Sabino Arana, coetáneo del conde de Gobineau, de Vacher de Lapouge y de Stewart Chamberlain, estaba, en su osadía, embebido de un espíritu que sopló con fuerza en su tiempo. Por fortuna, en el elenco de los profetas del racismo no pasó de la categoría de gacetillero. Todavía hoy afloran en el mundo del nacionalismo vasco expresiones que no reniegan de este marchamo o gestos que lo reviven.

2. La supeditación de los medios al fin anhelado, una comunidad política independiente de España, respetada en el concierto internacional: síntomas de que el fin justifica los medios son la comprensión inagotable hacia los activistas del tiro en la nuca, la bomba o la gasolina, sin que se les requiera un atisbo de arrepentimiento, así como la acusada sensibilidad con que se acogen sus padecimientos -por suyos, extremados- y la presteza en secundar sus reclamaciones y atender sus cuitas. Ese apego a los victimarios contrasta con el notorio desafecto que, por lo general, el círculo nacionalista dispensa a las víctimas, siempre incómodas, y en cuyo dolor hasta llegan a regodearse no pocos especímenes de estremecedora vileza.

Lejos de aceptar las críticas a una actitud tantas veces hiriente, los nacionalistas se ufanan en exigir un exquisito respeto hacia cuanto representan y aspiran a conseguir. Claro que el holocausto perpetrado durante tantos años por el autodenominado MLNV -por su trayectoria, más bien, "pro liquidación de numerosos vascos"- y sus actuales métodos de "baja intensidad" -idénticos, también en sus fines, a los empleados en el acoso hitleriano de primera hora a los judíos- son un pésimo preludio para su sueño de ver nacer en el sigloXXI una nueva comunidad política en Europa Occidental con pretensiones de respetabilidad.

3. La intransigencia con los que piensan distinto y no lo ocultan: la violencia terrorista, también ahora en su modalidad de "baja intensidad", tiene por objeto la imposición totalitaria de sus designios mediante una persecución implacable, a sangre y fuego, de los "disidentes". La intolerancia exaltada de sus ejecutores, tantas veces impune, unida a la angosta senda que el oficialismo nacionalista admite como transitable, trae como consecuencia que en el País Vasco no pueden desenvolverse en libertad los que no comulgan con el ideario nacionalista. Así, toda exteriorización de españolidad, característica consustancial al ser vasco por indelebles e irrefutables razones históricas, políticas y culturales, cae extramuros de lo políticamente correcto. Quienes a riesgo de sus vidas y haciendas se atreven a desafiar el férreo yugo de la imposición, omnipresente en su versión radical o en su faceta oficial, se han convertido muy a su pesar -como cualquier resistente en regímenes totalitarios- en auténticos héroes y siempre es bueno tener presente el aforismo brechtiano "pobre del país que necesita héroes".

4. La pretensión de apropiarse en exclusiva de lo vasco: es lo que con acierto se ha denominado la sinécdoque vasca. Hay que admitir que en este empeño los nacionalistas han venido encontrando una colaboración impagable y muy generalizada no sólo en la calle, sino en los medios de comunicación y hasta en las propias instituciones -el Congreso de los Diputados y el Senado han venido aceptando denominaciones de grupos parlamentarios que toman la parte, nacionalista por supuesto, por el todo-. La identificación de lo vasco con su manifestación más obsesiva y pugnaz sobre una desconsideración hacia los vascos no nacionalistas contribuye sin duda a que desde fuera se tenga una visión distorsionada de la realidad vasca, no exenta de recelo.

5. La recreación de la historia desde la óptica exclusiva de los propios fines políticos: el nacionalista representa a España como una realidad artificiosa, casual, arbitraria e impuesta, que condiciona negativamente el potencial vasco.

Esta visión caprichosa y cargada de afectación victimista carece del más elemental fundamento histórico. Hace caso omiso, como si fuera irrelevante, de un trayecto común milenario que arranca en la Hispania romana y que se materializó en un proyecto compartido -España- aún hoy atractivo e ilusionante y en el que los vascos han participado libre y decisivamente desde su origen, hasta el punto de ser cooperadores necesarios en el alumbramiento de Castilla y de la "lengua de Franco". Por ello, Sánchez Albornoz confirió a Vasconia el apelativo de "abuela de España". Además, Álava, Guipúzcoa y Vizcaya confirmaron su adhesión a ese proyecto, por separado y de manera espontánea, a través de su "hija" Castilla, en plena "restauración de España" -según expresión del sigloVIII-, empresa a la que se asociaron todos los reinos cristianos peninsulares. A partir de entonces, la presencia activa de alaveses, guipuzcoanos y vizcaínos en la historia común de España ha sido creciente y significativa.

6. La relativización de valores esenciales para la convivencia: cuando cabe resumir el sentido de la existencia en la consecución de la independencia, no es extraño que en la relación con el prójimo -"txakurra" o "rata españolista"- sufran grave menoscabo valores como el respeto a la dignidad de la persona, la tolerancia o la solidaridad.

Todo se sacrifica a un bien superior, supremo: una idea obsesiva de la Patria Vasca, becerro refulgente que ciega el entendimiento y petrifica el corazón. Ahora bien, si el patriota es aquél que a la patria todo su bien procura, es discutible que en rigor quepa atribuir al nacionalista, por el mero hecho de serlo, esa cualidad, puesto que el nacionalismo exacerbado, por excluyente, alberga una concepción reduccionista y, como tal, empobrecedora de la nación.

Con estos mimbres, el nacionalismo vasco ha cerrado filas en torno al objetivo "soberanista" sin prestar mucha atención a cualesquiera razones que le distraigan de esa misión. Los nacionalistas renuncian siquiera a plantearse la dudosa viabilidad de su proyecto, el cual, para empezar, carece de un respaldo suficiente y territorialmente equilibrado en el seno de la Comunidad Autónoma, donde, pese a tantas noches de cristales rotos, tampoco cabe esperar una claudicación o conversión súbita y masiva de los no nacionalistas. De ahí que el nacionalismo parezca dispuesto a hacer cuanto esté en su mano por neutralizar el peso político de las opciones no nacionalistas con la fórmula que mejor convenga -¿la Asamblea de base municipal?-.

Más remoto se vislumbra el "Anschluss" de Navarra -que los nacionalistas consideran "irrenunciable", conscientes de que resulta crucial para la Euskal Herria soberana contar con un mínimo "Lebensraum"-, ya que a nadie escapa que la gran mayoría de los navarros no parece muy por la labor de tomar parte en un proceso de secesión contra España. El proyecto nacionalista es, en fin, de materialización complicada porque separarse de España a estas alturas de la historia es, por donde se mire, una apuesta de rentabilidad más que dudosa.

En todo caso, la entereza ejemplar con que los destinatarios de las iras extremistas soportan el acoso al que viven sometidos hace que no resulte ilusorio en la difícil encrucijada actual mantener intacta la esperanza en un porvenir para el País Vasco en paz y libertad. También es probable que algunos nacionalistas se estén preguntando hasta qué punto merece la pena emplearse con métodos tan poco escrupulosos en una causa, por lo demás, incierta, y no sería de extrañar que más de uno llegara a responderse: nequáquam.

Francisco Javier Sanabria es licenciado en Derecho por la Universidad de Deusto.