LA DOBLE NEGOCIACIÓN

Artículo de ANTONIO PAPELL en "El Correo" del 7-11-98

Anson recomendaba a Aznar que no se deje seducir por los elogios de sus adversarios cuando le alaban por la decisión de tomar por los cuernos el toro etarra y aplicarse personal y directamente a negociar la paz con ETA. El viejo periodista, al frente de su nuevo periódico, piensa, quizá, que el presidente del Gobierno se está adentrando en una trampa para elefantes. Pero esa trampa, si verdaderamente existe, no está precisamente en la negociación del alto el fuego definitivo con los propios terroristas -algo que es inexorable-, sino en el hecho, cada vez más claro, de que esa negociación técnica no es la relevante (ETA da ya por hecho que cesará la persecución policial, que comenzará un proceso de reinserción social, que se producirán medidas de gracia) porque lo que el MLNV pretende es, sencillamente, poner plenamente en vigor la Declaración de Estella. El jueves, el comunicado de ETA publicado en Euskadi Información y en Egunkaria, ya exigía al Gobierno que asumiera el pacto de Estella como requisito para la normalización y, en última instancia, para la paz.

Arnaldo Otegi, el ya líder indiscutible de la izquierda abertzale, ha expresado la idea con franca claridad. Primero, ha recordado al nacionalismo democrático su compromiso, por lo que rechaza la posibilidad de que un partido no firmante de la Declaración de Estella -el PSE-PSOE- pase a formar parte del Gobierno autónomo; en consecuencia, y para dar viabilidad a un Ejecutivo exclusivamente nacionalista, se ha comprometido a respaldar (léase vigilar) a un Gobierno en minoría mediante apoyos externos. Segundo, Otegi ha dado a entender que la gestión de la futura política abertzale ya no corresponde a ETA; Herri Batasuna «no es entorno de nadie», por lo que la paz, entendida como cesación de violencia, habrá de ser negociada por el Gobierno con ETA; pero esa misma paz, entendida como revisión institucional hacia un nuevo marco de decisión vasco, habrá de ser negociada entre «Euskal Herria y el Estado». Otegi, tras aclarar que la izquierda abertzale no tendrá ningún afán de protagonismo en este proceso, expresa sin ambages que el actor que debe negociar en nombre de Euskal Herria es el conjunto de fuerzas políticas, sociales y sindicales que aparecen al pie del documento de Estella.

Si el Gobierno español pensó, pues, que ETA, muy mermada en su capacidad terrorista, estaba en actitud claudicante y dispuesta a rubricar incondicionalmente una transacción que solucionara el problema personal de sus militantes, está equivocado. A lo que parece, y si hay que fiarse de quien representa el nuevo rostro político de la izquierda abertzale, la paz pasaría sobre todo por la búsqueda, todo lo gradualista y posibilista que se quiera, de los vectores independentistas que asoman del pacto de Estella. Habrá que ver, claro está, cuál es la opinión del PNV, pero existe escaso margen para las dudas. Ciertamente, tanto Ardanza como Egibar dijeron en campaña electoral que la revisión del marco institucional debe ser una tarea a largo plazo que habría de contar con representantes de todo el arco político y que debería conseguirse de tal modo que no fracturase a la sociedad vasca. Sin embargo, fuentes peneuvistas ya han dicho que «hablar con ETA es sólo parte del proceso de paz». Y habrá que seguir atentamente el curso de sus postulados actuales, a la luz de cuál sea la fórmula del próximo Gobierno y de sus actitudes en las próximas semanas.

Ante la expectativa de la paz, podría pensarse que lo racional sería consumar primero la solución al problema suscitado por la existencia de ETA, erradicar definitivamente la violencia y, en el nuevo clima, abrir un gran debate sobre el futuro del País Vasco con participación de todos y sin el condicionante exorbitante de la amenaza que hasta ahora ha distorsionado todos los designios. Pero más bien parece que los acontecimientos van a ir por otro camino: a juicio de EH, y quién sabe si también de los nacionalistas democráticos, no habrá verdaderas garantías de normalización si, simultáneamente a la negociación Gobierno-ETA, no comienza también la gran elaboración política que responda a las aspiraciones de quienes estuvieron en Estella. Lo fácil -aunque sea doloroso- es la negociación técnica con ETA, ya que los datos -las exigencias, las cesiones posibles- son conocidos, y sólo falta encajarlos entre sí. Lo complejo, lo peligroso y lo arduo será, sin embargo, encauzar políticamente lo que HB llama conflicto vasco, que incluye inequívocamente la cuestión de la soberanía.

Se estaría equivocando, pues, el Gobierno si creyese que está en condiciones de resolver en solitario el gran reto del futuro en lo que al final de ETA se refiere. Por descontado, la negociación con ETA, la fijación de las condiciones de la paz física, sí es de su exclusiva incumbencia. Pero el verdadero problema, el de la obtención de los equilibrios políticos estables del nuevo País Vasco, requiere la convergencia de muchos intereses y trabajosos consensos. Por eso haría bien el PP no olvidando que la negociación es doble, ni que en el viaje hacia el futuro necesitará apoyos de muy diversa naturaleza.