EL INMENSO DEBATE

Artículo de Javier Otaola en "El Correo" del 21-5-99

Los acontecimientos que atraen a los medios de comunicación están relacionados las más de las veces con las dificultades de los seres humanos para vivir juntos. El terrorismo etarra (ya casi olvidado), los conflictos interétnicos en Kosovo, la violencia juvenil en Estados Unidos, los atentados anti-gays en Londres... de una manera u otra el problema más grave del hombre en este fin de milenio no es el sida, ni el cambio climático ni siquiera el desarrollo económico, sino el hombre mismo, varón y mujer, individuo y sociedad.

Citaba Rosa Montero en su columna periodística la carta remitida por un amigo y escritor, bisexual residente en Londres -Jorge Vieria- que le escribía a propósito del atentado en el Soho, reivindicado por un grupo denominado Lobos blancos, y en última instancia cometido por un joven de 22 años. La bomba, la tercera que explota en la capital británica tenía en esta ocasión como objetivo un bar de gays, del mismo modo que en anteriores ocasiones tenía como objetivo barrios de emigrantes de color. En su carta Jorge Vieria decía:«Lo que está en juego es un debate inmenso:cómo vamos a vivir juntos en una sociedad mezclada».

Londres es en verdad una sociedad mezclada, realmente multicultural y abierta en la que conviven toda clase de formas de vida, lenguas, religiones, opciones sexuales o culturales bajo la atenta mirada del Big Ben y de los góticos ventanales de las Cámaras del Parlamento. Londres es en verdad una de las cumbres de la sociabilidad humana en la que se tratan civil y deportivamente los masones que se reúnen en el imponente Masonic Hall de Long Acre, la iglesia Alta de Saint Paul, la iglesia Baja de Saint-Martin, el Ejército de Salvación y sus músicos metodistas, los católicos del cardenal Basil Hume, los judíos, los Sijs, los ortodoxos de Fleet Street (los musulmanes merecen una mención aparte por sus amenazas a Salman Rusdhi)luego están los gays y lesbianas del Soho, los bebedores de Covent Garden, los punkies de Picadilly Circus, los Amigos de Sherlock Holmes, los lectores de relatos de fantasmas, las viejecitas como Agatha Cristie y los pubs de Leicester Square, los nostálgicos de Lady Di y de Karls Marx.

Londres es en verdad una sociedad abierta, post-moderna en la que la autodeterminación, con sus riesgos, es sin embrago posible, pero también en Londres como en Pristina, Madrid, París, Bilbao, Benin o Jerusalén hay quienes ven amenazada su frágil identidad personal cuando no se sienten rodeados por la masa homogénea y compacta de su propio rebaño; son aquellos que, como los protagonistas de la estupenda película American X, son incapaces de vivir la mezcla y la ambigüedad de la pluralidad y reaccionan irracional y violentamente contra lo que es distinto.

Podemos pensar, sin embargo, que quizá las enseñanzas de este terrible siglo XX nos han preparado frente al simplismo de la homogeneidad y la pureza étnica, cultural o religiosa. A pesar de los fanáticos de la pureza castiza de lo propio podemos pensar que las instituciones europeas y las mayorías políticas en el mundo no pueden ser seducidas por esas ideologías. De hecho en el caso de los atentados de Londres, la estupidez criminal del veinteañero Copelton no ha conseguido sino solidarizar a la sociedad británica con las víctimas. El propio príncipe heredero de la Corona británica, símbolo precisamente de las esencias de la identidad blanca, cristiana y heterosexual de los Windsor se ha paseado por el Soho y se ha reunido con los homosexuales agredidos, declarando que el ataque contra ellos «es un ataque contra todos nosotros».

El nacionalismo serbio de Milosevic, empeñado en la limpieza étnica de Kosovo, ha provocado también el efecto contrario:la intervención del mundo contra sus propósitos de depuración y la destrucción del ejército y de la economía serbias.

El mundo que nos ha de tocar vivir de ahora en adelante no puede ser entendido ya en términos de purezas étnicas, culturales e ideológicas. Las posibilidades de comunicación e intercambio están acelerando la mezcla y la combinación de todo con todo. Se trata de una situación novedosa por la escala planetaria que está alcanzando. En la historia esos fenómenos de mestizaje se han producido pero en sociedades más sencillas y en escalas más reducidas.

El debate inmenso a que se refería Jorge Vieria es el que propone y desarrolla magistralmente Alain Touraine en su libro ¿Podemos vivir juntos?, Iguales y diferentes (1997). La inmensidad de la cuestión es tal porque, en efecto, con todo esto estamos comenzando a vislumbrar lo que serán seguramente las grandes cuestiones morales, políticas e ideológicas del siglo XXI que van a afectar a nuestro entendimiento del sujeto humano y, por lo tanto, de la sociedad. La pluralidad de sentidos que se nos presentan, los diferentes mundos simbólicos, las culturas, las técnicas con las que nos relacionamos o trabajamos se presentan, dice Touraine, como un caleidoscopio de estímulos que sólo pueden integrarse en el Sujeto, es decir, en cada uno de nosotros, que deberá encontrar la forma de dar unidad a lo que de otro modo se daría como algo discontinuo y desintegrado. Toda esta complejidad nos lleva hacia una sociedad de sujetos cada vez más conscientes de sí mismos y más originales, menos clónicos y menos definidos por una sola de sus opciones. A partir de esta nueva cultura del cambio permanente y de la pluralidad ya no podremos definirnos simplemente como españoles, o vascos, o franceses, o abogados o torneros... cada una de esas identidades estará construida de una manera diferente y particular según un campo de posibilidades cada vez mayor. En el horizonte del nuevo siglo se apunta la necesidad de un Sujeto cada vez más complejo, pero cada vez más original, maestro de su propia construcción como actor humano. El debate inmenso es si seremos capaces de construir una sociedad en la que ese Sujeto sea posible.