BUSCANDO UNA CONFEDERACIÓN DESESPERADAMENTE

Artículo de ANDRÉS ORTEGA en "El País" del 12-10-98

Y no aparece. Esa forma política parece haber desaparecido del mapa. Quizás en algún rincón de la Micronesia pueda existir algún Estado confederal. Pero entre los países importantes, o relativamente importantes, que sepamos, ninguno. Por ello sorprende ese concepto de España como "Estado plurinacional de tipo confederal" contenido en la Declaración de Barcelona, suscrita en julio pasado por nacionalistas catalanes, vascos y gallegos.

El ejemplo que se suele invocar siempre es Suiza, la llamada Confederación Helvética. Pero, ¡ay!, con la constitución de 1848, y posteriormente la de 1874, Suiza se convirtió en un Estado federal justamente para, como empieza este último texto aún vigente, "reforzar la alianza de los confederados, mantener y acrecentar la unidad, la fuerza y el honor de la nación suiza", aunque (art. 3) los cantones sean "soberanos en tanto que su soberanía no está limitada por la constitución federal". Quizás Suiza conserve algo de confederal en la tradición de formar Gobiernos de amplio consenso, en vez de optar por un juego abierto entre poder y oposición.

Conscientes de que las definiciones a menudo no deben ser puntos de partida, sino caminos a recorrer, el análisis del federalismo ha de quedar para otra ocasión. Aquí conviene limitarse a lo confederal. Las confederaciones han demostrado, a lo largo de la historia, ser sistemas inestables que llevaron bien a la separación, bien a una mayor integración en una federación o Estado unitario.

Éste es el caso de Estados Unidos, tras el periodo confederal de 1778 a 1789; de Canadá, o de la Unión Germánica de 1815 a 1866, entre otros. La confederación suele verse como una "unión cualificada" por la cual los Estados confederados comparten poder y, si acaso, instituciones para objetivos bien definidos. Pero presupone, y éste es uno de los elementos esenciales de la cuestión, y por eso surge en los discursos nacionalistas, que la soberanía reside en los confederados. Soberanía -aunque sea un concepto que haya cambiado algo en los últimos 50 años- no es lo mismo que poder ni competencias. De hecho, sirve para definir quién tiene competencias en materia de competencias, por usar la terminología del Tribunal Constitucional alemán.

Pues, justamente, en la búsqueda de sistemas de tipo confederal, uno puede toparse con la famosa sentencia dictada en octubre de 1993 por ese Tribunal sobre el Tratado de Maastricht, en el que definía a la Unión Europea como una "confederación de Estados democráticos tendente a un desarrollo dinámico". Lo sea o no, este embrión de bicho político que es la Unión Europea importa poco. Es un nuevo modelo que no cabe en nuestras categorías habituales, que en algunos aspectos (algunos poderes del Banco Central Europeo o de la Comisión) va más allá del federalismo estadounidense y en otras se queda más acá. En todo caso, no es un Estado, ni pretende serlo.

No parece una casualidad histórica, ni un producto de la inocencia política, que algunos nacionalistas, aquí, en Escocia o en Baviera, esgriman la idea confederal cuando Europa está dando, con el euro, uno de los mayores saltos en su integración. Subyace en estos planteamientos, así como en el uso del término "soberanía compartida", un intento de desarrollar conceptos que se están aplicando a la integración europea, pero en sentido inverso, proyectando hacia abajo lo que estaba pensado para fomentar la integración por arriba. Algo parece mal enfocado. Y en materia tan seria, como es el de las autonomías, el Estado y Europa, conviene, como alertara el sociólogo Alain Touraine, "no equivocarse en el engranaje de los niveles".