ACTUAR SOBRE LAS CAUSAS PROFUNDAS DEL DRAMA

Artículo de SAMI NAÏR en "El País" del 26 de septiembre de 2001

Sami Naïr es profesor invitado en la Universidad Carlos III y eurodiputado por el Partido Socialista Francés.

El drama ocurrido el pasado 11 de septiembre no sólo reside en el horror de un acto que ha provocado la muerte de millares de personas en Nueva York y en Washington. La solidaridad sin fisuras con el pueblo norteamericano ante el terrorismo no solamente tiene que ser moral, ni ser meramente la expresión de la indignación ante estos odiosos asesinatos. Debe concretarse en una cooperación total en el ámbito de la lucha contra el terrorismo. Pero lo lamentable de este terrible drama es que lo está acompañando una retórica que, a pesar de las precauciones adoptadas, es realmente preocupante. Bajo el efecto de la emoción, el presidente Bush habló de 'cruzada', de 'lucha del Bien contra el Mal', de 'réplica devastadora', de 'guerra'. Algunos medios de comunicación, ávidos de fórmulas tajantes, han anunciado la guerra de Occidente contra Oriente, la guerra de la 'civilización' contra la 'barbarie', de los demócratas contra los 'locos de Allah', etcétera. El presidente Bush declaró ante el mundo: 'O bien están con nosotros, o están con los terroristas'. Dicho de otra manera, si no están de acuerdo con nosotros se hacen cómplices de los terroristas. ¿Esto significa que la razón humana está desde ahora supeditada a una verdad que sólo saldría de la boca del poder ejecutivo estadounidense?

Esta retórica es peligrosa. No sólo porque algunas palabras, si manchan para siempre las conciencias, pueden en ciertos casos matar, sino porque también -y allí está la gran victoria de los terroristas- justifican exactamente la imagen que los integristas quieren dar de las democracias en el mundo. ¿Para Bin Laden y sus acólitos, para los talibán, para todos los desesperados caídos en sus manos en el mundo musulmán, no es Occidente el imperio de la fuerza brutal, de la arrogancia, del desprecio del islam, de las cruzadas siempre listas a desencadenarse? ¡Cruel paradoja esta afligente simetría de retórica maniquea en la designación del enemigo!

La primera victoria contra el terrorismo sería no reflejar la imagen que los integristas dan del mundo occidental al mundo musulmán. Además es ilusorio pensar que saldremos de este drama llamando a la sangre, a la destrucción, a la potencia ebria de sí misma. ¿Qué pasará después de la venganza? ¿No habrán otros Bin Laden y otros fanáticos? Esto no significa que Estados Unidos deba dejar de castigar ese crimen. Todo indica que las peores sospechas convergen hacia Bin Laden y sus acólitos y hay que apoyarlas con hechos coincidentes. Sin duda la justicia tiene que castigar a los culpables. Pero nada sería peor que talibanizar la fe de mil millones de musulmanes. El islam no es integrismo y Afganistán no se tiene que confundir con los talibán.

Ahora Estados Unidos tiene que interrogarse sobre las razones de su rechazo en el mundo islámico. La intervención que se está preparando, aunque lo sea con la ayuda de países de la región, no hará más que aumentar los fuertes sentimientos de rechazo antinorteamericanos en esas poblaciones. Básicamente existen tres causas de esta situación.

Primero, la política de dos pesos, dos medidas, aplicada al conflicto israelo-palestino. Los Estados Unidos están más que implicados, están considerados como los actores de una denegación de justicia, ya que decidieron ser los únicos tutores de la paz, excluyendo cualquier otra potencia (Europa, Rusia, etcétera), y no quisieron imponer a los protagonistas el respeto escrupuloso de los acuerdos de Oslo (a pesar de los tardíos esfuerzos de Bill Clinton).

Segundo, el fuerte sentimiento de injusticia compartido por la inmensa mayoría de las poblaciones del mundo árabe-musulmán ante la situación infligida desde hace 10 años al pueblo iraquí. La crueldad del embargo, la indiferencia occidental ante este desastre humano, se perciben como una injusticia infinita. Ahora bien, se considera a Estados Unidos como principal responsable de esta situación. E incluso los Gobiernos aliados en el mundo musulmán no se atreven a hacer suya esa política.

Tercero, el apoyo a regímenes en general corrompidos, habitualmente despóticos, despreciados por sus poblaciones, pero apoyados con mucha decisión bajo el pretexto de que 'estabilizan' el orden regional. Hoy en día, Estados Unidos tiene la misma política en el mundo musulmán que la que desarrolló en América Latina: apoyo incondicional a las dictaduras y al conservadurismo. Arabia Saudí, Pakistán, monarquías avasalladas, la lista no es limitada...

Estos conflictos y los resentimientos que los acompañan, añadidos a la arrogancia de la industria cultural norteamericana, al egoísmo económico, a la tendencia que tienen a dar lecciones de buena conducta mientras violan descaradamente estos preceptos afuera del país, constituyen el crisol del odio. Y alimentan una regresión identitaria simbolizada un poco en todas partes por un integrismo religioso que ha logrado, a pesar de su fracaso político, arraigarse en amplios sectores de las poblaciones. Ahí es donde los integristas reclutan a sus soldados de la muerte.

La mejor manera de apoyar a Estados Unidos no es ponerse firmes bajo sus exhortaciones, sino decirle la verdad, sostenerlo en las causas justas y renunciar a seguirlo en sus extravíos. Es ayudarlo a comprender la complejidad del mundo, más allá de la buena conciencia del Bien en la cual está instalado.

Es imperativo desarrollar la solidaridad y la cooperación internacionales contra el terrorismo. Pero también hay que sacar lecciones de este drama para evitar lo peor: combatir la injusticia por todo el mundo, defender reglas aceptadas por todos, incluso por los más poderosos. En Oriente Próximo, la paz norteamericana no funciona. Hay que reunir lo antes posible una conferencia internacional, que incluya a todos los países implicados de la región, Estados Unidos, los países europeos y Rusia, para definir un acuerdo de paz mundialmente garantizado entre israelíes y palestinos. No existe ninguna otra solución si queremos evitar una tragedia de cien años, proveedora de odio y devoradora de sangre. Hay que tener fe, incluso aún más en esta época de desamparo, en una posible convivencia árabe-israelí. En Irak hay que levantar el embargo de manera urgente y apoyar a las fuerzas democráticas de ese país. Y, por último, hay que apostar por la modernización democrática del mundo árabo-musulmán, porque allí tampoco existe otra solución que el progreso económico y social. Contestar a todos estos desafíos convertirá la lucha contra el terrorismo en más legítima ante todos y ayudará a EE UU, más allá que cualquier medida de retorsión, a salir agrandado de la terrible prueba que acaba de sufrir.