SACAR PARTIDO AL EURO

Artículo de OSKAR LAFONTAINE y DOMINIQUE STRAUSS-KAHN en "El País" del 28-1-99

Europa ha emprendido una de las empresas más ambiciosas de su historia: la creación de una moneda única. El euro se considera desde ya un gran símbolo de la identidad europea. Ha permitido poner en práctica un nuevo marco de estabilidad y de cooperación en Europa. Nos da nuevos medios para fomentar el crecimiento económico y el empleo, afrontar los retos de la globalización y contribuir a la estabilidad financiera y al desarrollo en el mundo.

Pero no pensemos que es un regalo caído del cielo: no disfrutaremos de sus ventajas a menos que seamos capaces de sacar el máximo partido a este nuevo instrumento. Para ello debemos hacer cada uno lo que le corresponde a nivel nacional, mejorar la calidad de la coordinación europea y asumir juntos las nuevas responsabilidades que comporta una nueva moneda internacional. Todo esto ha sido posible porque, durante la fase de preparación para la Unión Monetaria Europea, nuestras economías han alcanzado un nivel de convergencia sin precedentes, con precios bajos y estables y unas finanzas públicas saneadas. Pero el éxito no debe hacer que bajemos la guardia; por el contrario, debemos apoyarnos en él para enfrentarnos a los retos del futuro.

Además, se ha producido lo que podríamos llamar una nueva convergencia filosófica. Los socialdemócratas gobiernan en 13 de los 15 Estados miembros de la UE. Todos han aprendido de los errores cometidos en el pasado y están de acuerdo con las líneas generales de un programa para el crecimiento y el empleo. Todos consideran que los mercados son poderosos instrumentos de creación de riqueza, pero, no obstante, piensan que son instituciones imperfectas y que los Gobiernos tienen una responsabilidad fundamental en la corrección de sus disfunciones. Todos están de acuerdo en la necesidad de mantener la estabilidad de los precios y la salud de las finanzas públicas, pero piensan que la búsqueda de la estabilidad no debe servir de pretexto a los Gobiernos y a los bancos centrales para descuidar su papel en la gestión del ciclo económico. Por último, todos opinan que es necesario hacer reformas económicas para mejorar el potencial de crecimiento de Europa y crear empleos, pero están empeñados en alcanzar este objetivo a través del diálogo social y de un reparto equitativo de la carga que ello supone.

Mientras haya en Europa 18 millones de personas que buscan trabajo, no cabe duda de que debemos dedicar todos nuestros esfuerzos a erradicar el desempleo. En cuatro ámbitos:

- En el ámbito empresarial, a través de un diálogo entre los asalariados y los patronos, cuyo objetivo sea el empleo.

- En el nacional, a través de medidas que estimulen a las empresas a crear puestos de trabajo y que animen a los asalariados a formarse y a buscar trabajo de forma activa, y así crear las condiciones para un crecimiento que cree empleo.

- En el europeo, poniendo en marcha un marco macroeconómico orientado hacia el crecimiento y utilizando lo mejor posible las "líneas directrices para el empleo" que hemos definido.

- En el internacional, apoyándose en el euro para cooperar con nuestros socios del G-7 con el fin de estabilizar la economía mundial en momentos de crisis.

Todavía hay debates, en la retaguardia, entre los defensores de reformas estructurales y partidarios de la reactivación macroeconómica. Lo único que hacen estas discusiones es desviarnos de nuestra tarea, porque, para luchar con éxito contra el desempleo, es conveniente seguir una estrategia en dos planos:

- Necesitamos una serie adecuada de medidas macroeconómicas para sostener un crecimiento económico no inflacionista y mantener un clima de paz social. Esto exige encontrar la combinación apropiada entre la evolución de los salarios y de los ingresos, la política monetaria y el ritmo de saneamiento de las finanzas públicas. Si los costes salariales medios progresan al mismo ritmo que la productividad global, los costes unitarios de mano de obra siguen estables y no se aprecian presiones inflacionistas sobre los costes. La política económica debe ser, pues, neutra; es decir, el Banco Central no tiene necesidad de aplicar medidas restrictivas para luchar contra la inflación (y si los costes unitarios de mano de obra caen, como ha ocurrido recientemente, hay que bajar los tipos de interés para evitar la deflación). Como ministros de Hacienda, nuestra responsabilidad es controlar los gastos con el fin de sanear las finanzas públicas, pero nuestros ingresos dependen del crecimiento económico y el servicio de la deuda guarda relación con los tipos de interés. Sólo si los tres componentes de este juego socioeconómico se comportan de forma coherente podremos tener la esperanza de resolver el problema del paro en Europa.

- También son necesarias reformas económicas para mejorar el funcionamiento de los mercados de bienes, de servicios y de capitales. Los que crean empresas se topan con demasiada frecuencia con obstáculos administrativos, con normativas anticuadas o con mercados insuficientemente desarrollados. Los mercados de capitales se han convertido en el terreno de juego de los "actores globales", pero, con demasiada frecuencia, los jóvenes empresarios que desean crear una empresa innovadora pero arriesgada no consiguen encontrar los fondos necesarios. Una serie de reformas estructurales adecuadas pueden mejorar el potencial de crecimiento en Europa. De todas formas, debemos asegurarnos de que estas reformas impliquen más solidaridad entre los grupos sociales y los espacios regionales. La insistencia obsesiva de los neoliberales en el mal funcionamiento de los mercados laborales ha contribuido más al bloqueo de las reformas que a la creación de empleo. Nosotros estamos convencidos de que el modelo social europeo es una baza a nuestro favor, y no una desventaja.

Hay que situar en este contexto nuestros programas plurianuales de finanzas públicas, que acaban de ser publicados. No los concebimos como obligaciones, sino como elementos esenciales para la coordinación de las políticas europeas, que hacen la política presupuestaria más transparente y más previsible. Hay que tener en cuenta tres mensajes contenidos en estos programas:

- Vamos a financiar nuestras prioridades en política económica manteniendo la subida del gasto público claramente por debajo del crecimiento potencial de la producción, creando así las condiciones para futuras bajadas de impuestos, favorables al crecimiento.

- Nos marcamos como objetivo una reducción importante de los déficit públicos, con el fin de que el Estado no se vea asfixiado por el crecimiento irresponsable de la deuda pública.

- En la puesta en práctica de estos programas dejaremos actuar a los estabilizadores automáticos con el fin de atenuar la incidencia del ciclo coyuntural. Nuestra estrategia común se aparta tanto de la política de financiación por el déficit, que los analistas siguen asociando demasiado a menudo con las políticas socialistas y socialdemócratas, como del seguimiento estrecho de los objetivos en materia de finanzas públicas que caracterizaba a las políticas económicas de nuestros predecesores. Al insistir en los objetivos de rigor en el gasto, y no en los del déficit, queremos hacer posible la necesaria reducción de los déficit, pero también queremos que la política presupuestaria desempeñe su papel natural de estabilizadora de la economía.

Hay en ello mensajes que enviamos al sector privado, al Banco Central Europeo y a nuestros socios, que consideramos también como las piezas maestras de un nuevo dispositivo de coordinación de las políticas económicas dentro de la zona euro. Es evidente que, a medio plazo, estos programas no nos ahorrarán una evaluación conjunta de la situación actual ni un diálogo sobre las respuestas políticas que se pueden dar. Asimismo es conveniente utilizar la Europa de los 11 como instancia de coordinación y de diálogo con el BCE.

También conviene coordinar las políticas fiscales en Europa con el fin de dar dinamismo a la economía y la justicia. Nuestro objetivo no es ni uniformizar los sistemas fiscales nacionales ni abandonar el principio de soberanía de los Estados en materia de política fiscal. De todas formas, es inaceptable que ciertos factores de producción (como el trabajo) estén gravados en exceso para compensar la movilidad extrema de otros factores (el capital), que los Gobiernos europeos no puedan hacer frente a sus responsabilidades porque compiten entre sí para bajar los impuestos o que los poderes públicos pierdan decenas de miles de millones de euros por culpa de las lagunas en la política fiscal internacional.

Nos hemos propuesto resolver estos problemas por la vía indirecta de las reformas fiscales, reduciendo los costes salariales indirectos, sobre todo los correspondientes a la mano de obra poco cualificada. Hemos empezado a utilizar el arma de la política fiscal para proteger el medio ambiente y superar los desequilibrios ecológicos. Pero debemos ponernos de acuerdo sobre un gravamen mínimo de los ingresos del capital, proseguir con la aproximación de los impuestos de sociedades y resolver juntos el problema de las emisiones de gases de efecto invernadero. A más largo plazo, también es conveniente que la Europa ampliada mantenga su capacidad de actuar en caso de bloqueo. Con los progresos de la integración europea, es natural que cada vez se tomen más decisiones por mayoría cualificada, especialmente en lo que respecta a ciertas cuestiones fiscales.

Las recientes ondas de choque procedentes de Asia y de Rusia han demostrado hasta qué punto todos somos vulnerables en una economía globalizada. Sea cual sea la parte del mundo en que se produzcan, las turbulencias pueden influir en el crecimiento europeo. Hay que replantear la arquitectura de las relaciones internacionales para reforzar las obligaciones de las instituciones financieras sobre transporte y difusión de datos, para fomentar una liberalización prudente de los movimientos de capitales, para aumentar la responsabilidad política del FMI y para mejorar su gobernabilidad reforzando su comité interino y haciéndole más legítimo desde el punto de vista político y, por último, para involucrar al sector privado en la solución de las crisis.

Además es necesario que Europa se exprese con una sola voz ante el mundo. El reciente acuerdo sobre la representación exterior de la zona euro es un avance importante, pero hay que ir más lejos y reflexionar sobre el mejor modo de organizar nuestra representación en los foros internacionales.

También necesitamos un nuevo diálogo transatlántico. En lo sucesivo, el euro y el dólar serán las divisas de referencia de la gran mayoría de las transacciones financieras mundiales. Por eso, las evoluciones de los tipos de cambio dólar-euro van a dominar el escenario económico mundial. Hay que vigilar que este binomio no se convierta en una fuente de inestabilidad, tanto más cuanto que la introducción de la nueva moneda puede dar lugar a reestructuraciones de carteras. Para protegernos proponemos:

- Vigilar la evolución de los tipos de cambio en la Europa de los 11 y hacer un análisis común. A continuación debemos ser capaces de dar a conocer esta postura a los mercados y, si es necesario, recurrir a las disposiciones del tratado que posibilitan la definición de orientaciones generales de política de cambio. Esto es especialmente importante en el contexto de la introducción del euro: los operadores de los mercados deben saber que no seríamos favorables a una apreciación excesiva del euro.

- Los socios de la Europa de los 11 y el BCE deben cooperar y poner en práctica una política nacional coherente con la postura común adoptada. En el momento de fijar los objetivos de esta política nacional convendrá tener en cuenta la necesidad de evitar una inestabilidad excesiva de los tipos de cambio. No hay razón para pensar que estos objetivos externos e internos sean contradictorios. En el contexto actual, la eliminación de las diferencias de crecimiento entre Europa y EE UU contribuiría a paliar los desequilibrios actuales de las balanzas comerciales y, por ello, a evitar posibles distorsiones de cambio.

- Europa y Estados Unidos deben asumir sus responsabilidades comunes y decir claramente que no habrá un bening neglect. Esto implica un reforzamiento de su cooperación en materia de política económica, sobre todo cuando se exponen a las mismas adversidades. Debemos buscar un consenso sobre las respuestas que hay que dar a la evolución económica mundial con el fin de estabilizar las anticipaciones de los mercados financieros; esto, a cambio, favorecerá una mayor estabilidad del tipo de cambio entre el dólar y el euro.

- Por último, tenemos que actuar de forma conjunta en la adopción de regímenes de cambio con los países emergentes de Asia, Latinoamérica y Europa central y del este que tengan la flexibilidad y la disciplina necesarias para su desarrollo. En este marco, la Unión Europea debe reforzar su cooperación monetaria con los nuevos países candidatos a la adhesión.

Europa se encuentra en un momento decisivo y el euro es un instrumento en nuestras manos para responder a los problemas de los europeos. Juntos podemos lograrlo.

Oskar Lafontaine es ministro de Hacienda de Alemania y Dominique Strauss-Kahn es ministro de Economía, Hacienda e Industria de Francia.