PROTECTORADO EN KOSOVO: ¿Y DESPUÉS...?

Artículo de TIMOTHY GARTON ASH en "El País" del 1-4-99

Alush Gashi era un hombre bajo, enjuto y de ojos brillantes, un cirujano, alguien que sana a los demás. Cuando nos conocimos en Pristina, me explicó, con disimulada pasión, en un inglés excelente, lo que los albanokosovares pretendían conseguir con su movimiento de resistencia no violenta. Ahora está muerto, asesinado por serbios enloquecidos que atacaban a la gente de forma indiscriminada. No le olvidaré. Y no me olvidaré tampoco del profesor Fehmi Agani, con su traje gris y la astucia que da la vejez, que intentó negociar una vía pacífica para la independencia. Intento contactar con otros amigos y conocidos de Pristina, marcando todos sus números de teléfono, pero las líneas están muertas; y, tal vez, ellos también.

Hace unas semanas estaban vivos. Quizá seguirían vivos si no hubiéramos empezado este bombardeo que supuestamente es para ayudarles. ¿Significa eso que el bombardeo es un error? No necesariamente. El error es no haberlo hecho mucho antes. A Milosevic había que haberle parado los pies en otoño de 1991, cuando envió sus tropas a asediar la ciudad croata de Vukovar: pero nosotros, en Europa occidental, estábamos perdiendo el tiempo en Maastricht. En los años 90, como en los 30, una década de apaciguamiento finaliza en una guerra mucho más extendida y peligrosa de lo que podría haber sido en un principio. Durante siete años no hemos proporcionado ningún tipo de ayuda eficaz a los esfuerzos estrictamente no violentos de gente como Alush Gashi y Fehmi Agani. Sólo les prestamos atención cuando otros albanokosovares echaron mano de las pistolas. Luego nos pasamos otro año amenazando y con bravuconadas. "Espero que Milosevic esté escuchando, ésta es la última advertencia", dijo Robin Cook. Eso fue en junio de 1998. Sí, intentamos negociar una paz justa en Rambouillet. Pero, como ya sabían los romanos, si quieres paz, tienes que prepararte para la guerra. Y nosotros sabíamos que en las últimas semanas Milosevic había estado introduciendo manadas de tropas y policía militar en Kosovo.

Éste ha sido nuestro segundo gran error: empezar la campaña sin estar preparados para continuarla con tropas de infantería si Milosevic reaccionaba como lo ha hecho. Por supuesto, es muy fácil ser sabio a posteriori. Yo mismo pensé que se echaría atrás en el último momento. Pero ha sido una irresponsabilidad no hacer planes para lo peor, que es con lo que ahora nos encontramos. En Serbia, el bombardeo ha unido a la gente en torno a la defensa de su país. Hace dos días hablé por teléfono con un amigo liberal de Belgrado, un anglófilo y crítico acérrimo de Milosevic. Me dijo que estaban sentados en el sótano, maldiciendo al maníaco de Clinton y celebrando el derribo de un avión de la OTAN. El bombardeo ha "unido a toda la nación", me dijo. Si las personas como él dicen ese tipo de cosas, ¿qué posibilidad hay de que los oficiales del Ejército se vuelvan contra Milosevic?

En Kosovo, las fuerzas serbias están sacando brutalmente de sus casas a decenas, y puede que a estas alturas cientos de miles, de albaneses, que siguen al cuarto de millón de desplazados del último año. Las informaciones que aportan los refugiados sobre ejecuciones sumarísimas son demasiado detalladas como para ser un simple rumor o una exageración. Lo que no conocemos es la estrategia serbia. ¿Se trata de una orgía de terror y destrucción? ¿Está la acción concentrada, como algunos informes indican, en los baluartes regionales del Ejército de Liberación de Kosovo? ¿Es la preparación de un posible reparto de la provincia entre serbios y albaneses, una posición de retirada de la que se ha hablado mucho en Belgrado en el último año? ¿O es que Milosevic cree de verdad que puede purificar étnicamente a Kosovo y deshacerse de 1,8 millones de albaneses, el 90% de la población, incluso bajo nuestras bombas? Sea cual sea el plan, se está ejecutando con una velocidad increíble. A este ritmo, ni siquiera la potencia aérea más sofisticada y concentrada lo podrá parar antes de que sean expulsados varios centenares de miles de kosovares más y el desastre humanitario se haya convertido en una catástrofe total.

Ahora existen dos alternativas. Una de ellas es sencillamente seguir bombardeando y fingir que el fracaso es un éxito: un ejercicio orwelliano. La otra consiste en prepararse rápidamente para enviar tropas de infantería. Aun teniendo en cuenta las espantosas dificultades del terreno montañoso, las carreteras minadas, los países reticentes que hay que atravesar, la intranquilidad de los aliados y, sobre todo, las inevitables víctimas, muy a mi pesar tengo que decir que, si las cosas no mejoran, esto será un mal menor dentro de pocos días. Si entramos cuando la mayoría de los albaneses siguen ahí, Kosovo no será el "Vietnam europeo", porque la mayoría de la población - los vietnamitas, por así decirlo- estarán de nuestro lado. (Sin embargo, nuestras fuerzas también tendrán que intentar evitar que los albanokosovares tomen venganza contra serbios inocentes).

El objetivo político debería ser hacer de Kosovo un protectorado internacional, como habría sido de hecho si los serbios hubieran firmado el acuerdo de Rambouillet. Deberíamos intentar conseguir involucrar al mayor número de países posible, incluida Rusia, que es crucial. Lo ideal sería que se convirtiera en una administración fiduciaria de Naciones Unidas, tal y como se contempla en la carta de la ONU. Frente a la objeción evidente de que estaríamos invadiendo un Estado soberano, se podría alegar que Kosovo era parte constituyente de la antigua Yugoslavia, una república en todo salvo en el nombre, y que la comunidad internacional ya ha reconocido el derecho de las repúblicas a constituir entidades políticas separadas. Con el tiempo, pero sólo tras un periodo como protectorado, podría convertirse en la República soberana de Kosovo, o Kosova (con a, que es como se escribe en albanés).

Éste será un enorme compromiso, añadido al protectorado que ya existe en Bosnia. Pero la realidad es aún más inquietante. Si Milosevic pierde Kosovo, puede que los serbios acaben por perder la paciencia con él. Pero el año pasado en Belgrado no pararon de avisarme de que lo que acechaba después de Milosevic podría ser peor al principio, con el acceso al poder de un personaje de un nacionalismo extremista como Vojislav Seselij. En el mejor de los casos, sería una Serbia Weimar, aderezada con un sentimiento de revancha. En el peor, se convertiría en un Estado rebelde, como Libia o Irak. Al otro lado, al este de Kosovo, se encuentra un Estado fracasado: Albania. No nos podríamos responsabilizar de los albaneses de Kosovo sin hacer algo por la madre patria, derrumbada, en quiebra y en estado de semianarquía. Al sur de Kosovo se encuentra Macedonia, un país dividido e inestable, con al menos una cuarta parte de población albanesa. Al norte se encuentra el pequeño Estado de Montenegro, el otro miembro de la República Federal de Yugoslavia, que intenta consolidar su propia autonomía frente a Serbia. ¿Qué pasaría si Milosevic, o su sucesor, centraran su atención en aplastar Montenegro?

Los problemas no se detienen ahí. He pasado los últimos días en la capital de uno de nuestros nuevos aliados de la OTAN, Hungría, que es el vecino inmediato de Serbia por el norte. A las dos semanas de unirse a la OTAN, Hungría se ha visto involucrada en una guerra con su vecino. Y aún peor, en Serbia viven más de 350.000 personas de origen húngaro (en Voivodina, que, al igual que Kosovo, era una provincia autónoma de la antigua Yugoslavia). Así que los nuevos aliados de Hungría también están bombardeando húngaros. Me encontré a los líderes húngaros enormemente preocupados. ¿Qué pasaría si los refugiados empezaran a traspasar en masa su frontera? ¿Qué pasaría si el nacionalismo serbio se volviera contra los húngaros de Voivodina? Después, en mi hotel de Budapest, me abordó una encantadora pareja procedente de otro aliado de la OTAN, Grecia. Me dijeron que los ataques son una locura. Simpatizan con los serbios.

En resumen, todo esto afecta no sólo a una provincia de dos millones de personas que sufren, sino a toda una región. Implicará un compromiso internacional durante al menos diez años, involucrará decenas de miles de militares y civiles, y exigirá un gasto de centenares de miles de millones de pesetas. Pero ¿cuál es la alternativa? La alternativa es permitir la derrota de la más poderosa alianza de las democracias de la historia en su quincuagésimo aniversario, y dejar que se masacren inocentes. Es Srebrenica elevado a la enésima potencia. Éste es el lío en que nos hemos metido. Éste es el legado de una década de apaciguamiento. Éste es el precio, en su sentido más profundo, que los europeos occidentales tenemos que pagar ahora por habernos engañado hace diez años, cuando acabó la guerra fría, y pensar que podríamos seguir ocupándonos de nuestros patios traseros sin enfrentarnos a la responsabilidad que tenemos para con toda Europa.

Timothy Garton Ash es escritor y periodista británico.