ENCERRADOS CON UN SOLO JUGUETE

Artículo de JORDI GARCÍA-SOLER en "El País de Cataluña" del 12 de diciembre de 2001

Jordi García-Soler es periodista.

Casi un cuarto de siglo después de la ansiada recuperación de la democracia en nuestro país y casi veintidós años después del definitivo restablecimiento de la autonomía de Cataluña, el mundo político catalán continúa, como diría Juan Marsé, encerrado con un solo juguete, jugando el juego de la permanente búsqueda identitaria y las consecuencias del mismo, ya sean éstas el adecuado encaje de Cataluña como nación en España, en Europa y en el mundo, ya sean los interminables debates sobre las reformas de la Constitución y el Estatuto de Autonomía, ya sean los eternas discusiones sobre la normalización lingüística o las campañas reivindicativas del más diverso signo, como la última que hemos tenido que presenciar con motivo del doblaje o subtitulación en catalán de la película de Harry Potter. Mientras esto ocurre sin que la inmensa mayoría de la sociedad catalana se sienta ni tan sólo mínimamente interesada por las disquisiciones de sus representantes políticos, el mundo sigue funcionando, y con él también Europa, y España, y Madrid, e incluso Valencia, y Cataluña permanece, como siempre, encerrada con un solo juguete, ensimismada, como diría Raimon, en su soliloquio solipsista.

La reciente cena que tuvo lugar en el IESE de Barcelona con asistencia del presidente del Gobierno, José María Aznar, y un reducido pero representativo grupo de destacados empresarios catalanes, fue un buen ejemplo de ello. A pesar de disponer de un manifiesto tan contundente, documentado y riguroso como el que el Círculo de Economía de Barcelona dio a conocer semanas atrás acerca de la discriminación que Cataluña padece en la política de inversiones públicas en infraestructuras básicas, según todos los indicios dicho encuentro no sirvió prácticamente para nada más que para que Aznar soltase su propio discurso político, autocomplaciente y autista, sin que apenas ninguno de los asistentes osara demostrarle con datos que la situación actual es ya insostenible.

Claro está que nada tiene de nuevo esto en una sociedad como la catalana, tan poco dada a las estridencias, tan conformada y resignada. Porque el déficit en inversiones públicas no es responsabilidad exclusiva de la Administración central, ni mucho menos, sino que compete también en gran medida al propio Gobierno de la Generalitat, el proporcionalmente menos inversor de todos los gobiernos autónomos de España, responsable directo y único de que la indiscutible realidad económica y urbana de la Barcelona metropolitana no tenga el imprescindible reconocimiento legal.

Ensimismados en nuestro inacabable debate identitario, después de cerca de veintidós años de sucesivos gobiernos de la Generalitat presididos siempre por Jordi Pujol y todos ellos, por tanto, de inequívoca orientación nacionalista, no sólo seguimos preguntándonos quiénes somos y quiénes queremos ser en el futuro, sino que nos hemos olvidado de resolver los problemas reales que diariamente afectan al conjunto de nuestra ciudadanía. Tal vez esto sea así porque a un muy elevado porcentaje de nuestros líderes de opinión, tanto da cuál sea su supuesta ideología o ubicación en el amplio espectro político del país, no son precisamente éstas las cuestiones que más les interesan o preocupan.

Más allá de estas infraestructuras públicas fundamentales para hacer también del nuestro un país realmente moderno, cómodamente habitable y con un buen nivel de vida colectivo, raro es el debate político en Cataluña sobre las cuestiones que de verdad interesan, ocupan y preocupan a los ciudadanos de la calle, ya sean éstos jubilados o pensionistas con problemas de subsistencia, parados apenas ya sin esperanza de encontrar trabajo, jóvenes estudiantes o trabajadores en búsqueda de primer empleo, padres de familia con problemas para encontrar un buen centro escolar público para sus hijos, enfer-mos en eternas listas de espera para ser operados, parejas jóvenes o no tan jóvenes que quieren alquilar o comprar un piso a la medida de sus posibilidades, universitarios con problemas de presente y de futuro, agricultores y ganaderos en una crisis galopante, inmigrantes con deseos de integrarse y a quienes apenas nadie ayuda a hacerlo o sectores de la población con miedos atávicos frente a una difusa sensación de inseguridad pública.

Mientras tanto, el debate político sigue siendo prácticamente el mismo desde hace como mínimo un cuarto de siglo, suena como uno de esos discos rayados y suelta un insoportable olor a rancio, mientras en la calle, en las empresas y en los hogares, en los transportes públicos o en los bares, son otros temas muy distintos los que concitan el interés y la preocupación de los ciudadanos. Al no figurar en la agenda política, es raro que los asuntos que de verdad atraen la atención de la ciudadanía sean objeto de información y debate en los medios de comunicación, y mucho menos aún en unas televisiones que parecen empeñadas en una disparatada carrera por conseguir audiencia a cualquier precio, ya sea mediante dosis difícilmente soportables de humoradas triviales o, lo que es aún peor, a través de zafias emisiones propias sólo de un estercolero.

En Cataluña tenemos razones más que suficientes para quejarnos de las muchas discriminaciones sufridas no sólo en el pasado sino también ahora, pero algo de responsabilidad debemos de tener también nosotros mismos, y en especial aquellos que por voluntad popular nos gobiernan, en una situación como la actual. Una situación de atonía y retroceso, de desconcierto y parálisis, de auténtica crisis y recesión no ya tan sólo económica sino también social, cultural y política. Tal vez si dejásemos de estar siempre encerrados con un solo juguete, quizá si abandonásemos de una vez nuestro perpetuo soliloquio y escuchásemos la voz de la calle y la atendiésemos, comenzaríamos a encontrar soluciones.