AFGANISTÁN Y EL TERRORISMO



Artículo de GRAHAM E. FULLER en "El País" del 1 de octubre de 2001

Graham E. Fuller es ex vicepresidente del Consejo Nacional de Inteligencia de la CIA. Fue agregado político en la Embajada de EE UU en Kabul desde 1975 a 1978 y es autor del estudio Islamic Fundamentalism in Afghanistan publicado por Rand Corporation. © 2001, Global Viewpoint. Distribuido por Los Angeles Times Syndicate International, una división de Tribune Media Services.

Pocas cosas podrían ser tan desalentadoras como la geopolítica al enfrentarse con el terrorismo en Afganistán. En toda la región hay multitud de programas contrapuestos que atañen a la política islámica, ninguno de cuyos elementos encaja plenamente con los intereses de Estados Unidos. Los talibán llegaron al poder en Afganistán en 1996, con la misión de restaurar la ley y el orden -basándose en una interpretación fuertemente conservadora y básica del islam- en un país sacudido desde la ocupación soviética por una larga guerra civil. De hecho, heredaron un país lleno de campamentos de instrucción para activistas y radicales islámicos procedentes de toda Asia. Aunque ellos tenían pocos proyectos islámicos externos, permitían la presencia de estos luchadores, un gran número de los cuales había ayudado a liberar a Afganistán de los soviéticos.

No han querido expulsarlos, tanto por lealtad islámica como porque estos combatientes han ayudado a los talibán a luchar contra las fuerzas del anterior régimen islamista, incompetente pero más moderado.

El único hecho básico es que el islam actúa en el mundo musulmán como vehículo natural de la política. Al igual que los occidentales consideran las revoluciones francesa y estadounidense como modelos de libertad frente a la tiranía, o la Carta Magna como doctrina básica de buen gobierno, en el mundo musulmán el Corán sirve de fuente de justicia, humanidad, buen gobierno y oposición a la corrupción. El islam proporciona la ideología tanto a la lucha interna contra el gobierno autoritario laico como a las minorías musulmanas que aspiran a liberarse del control frecuentemente estricto de los no musulmanes.

De esta forma, Asia Central ha producido un revoltijo de movimientos islámicos -muchos de los cuales son ahora bastante radicales o violentos- todos en respuesta a lo que en su opinión han sido unas condiciones radicales y violentas de dictadura, opresión a los creyentes, corrupción y mal gobierno.

En sus diez años de independencia, Uzbekistán, bajo un régimen neoestalinista, ha encarcelado, torturado, matado o enviado al exilio a miembros de los partidos de la oposición y a los líderes de cualquier tendencia.

Las ruinosas políticas uzbecas han conseguido así generar un movimiento islámico de oposición armada allí donde no existía ninguno; de hecho, al Gobierno uzbeco le gustaría cooperar con Washington contra el 'terrorismo', el nombre que da a toda la oposición.

La opresión china a los ocho millones de personas que forman la minoría turca musulmana de los uigures, en Xinjiang, ha empujado a éstos al nacionalismo y al islam para oponerse al colonialismo de los Han. Estos movimientos se han vuelto violentos. A China le encantaría participar en la 'guerra contra el terrorismo' de Washington, para justificar el aplastamiento de la actividad de los uigures.

Los chechenos llevan más de 100 años luchando por independizarse de Rusia, tradicionalmente en nombre de una lucha islámica. También Rusia daría la bienvenida a una 'guerra contra el terrorismo' que justificase el aplastamiento de los chechenos.

Los cachemires musulmanes sienten la mano dura del mal gobierno hindú e invocan el islam como parte de su lucha.

En Tayikistán, la lucha de clanes ha adoptado en general una coloración islámica.

También Irán odia a los talibán, porque son claramente antishiíes.

Y en lo que se refiere a Pakistán, los campamentos afganos proporcionan instrucción a las fuerzas de la guerrilla cachemir que constituye el principal punto de apoyo de Pakistán en Cachemira y una baza de negociación con India para que ésta conceda a Cachemira más autonomía, e incluso la independencia.

Todos estos pueblos -los uigures, los chechenos, los cachemires, los uzbecos e incluso algunos movimientos de oposición árabes- han estado utilizando Afganistán para adiestrar a la guerrilla, muchos desde hace más de 20 años. A menudo ponen en común sus recursos para ofrecer ayuda a otros musulmanes sitiados: los bosnios, los kosovares, los moros de Filipinas.

Estrictamente hablando, no es Afganistán el que ha generado los movimientos, sino más precisamente, han sido las condiciones generales las que han generado los movimientos que han buscado refugio en Afganistán. Pero casi todas estas potencias regionales -India, Irán, Rusia, China, Uzbekistán- se alegrarían del fin del régimen afgano que proporciona refugio a sus movimientos de oposición. Aquí Estados Unidos se enfrenta a algunos compañeros de viaje difíciles de digerir.

Pero hay límites a la tolerancia geopolítica que hasta estos Estados presentan a los objetivos de Washington. Aunque ninguno derramará lágrimas por los talibán, casi todos son hostiles a cualquier asomo de hegemonía de Estados Unidos en Asia y al unilateralismo estadounidense. Temen el precedente que supondría una acción militar estadounidense en la puerta de su casa, y que fortalecería el intervencionismo estadounidense en todo el mundo.

En Oriente Próximo, la mayoría de los regímenes autocráticos se enfrentan a una oposición política procedente principalmente de los movimientos islámicos locales, la mayoría de ellos no violentos, pero con unos cuantos bastante violentos, como en Argelia y Egipto. Muchos musulmanes consideran los movimientos islamistas como vehículos naturales para luchar por el cambio, a menudo pacífico, contra regímenes afianzados que se niegan a liberalizarse: en Egipto, Arabia Saudí, Argelia, Túnez, por nombrar sólo algunos. En consecuencia, si una 'guerra estadounidense contra el terrorismo' acaba siendo una guerra en nombre de los regímenes establecidos contra movimientos islamistas locales, incluso contra los pacíficos (o fortaleciendo el control israelí sobre los palestinos), es probable que engendre mucha desconfianza hacia el verdadero programa político estadounidense. La decisión es muy difícil porque, conforme avanzan, todas estas luchas tienden a radicalizarse o hacerse más violentas. Las soluciones razonables y equitativas de los problemas palestino y cachemir son casi un requisito previo para conseguir una verdadera aquiescencia regional a los objetivos bélicos estadounidenses.

Pakistán está en la posición más difícil de todas. Enfrentado a la poderosa India al este, Islamabad necesita un régimen amistoso y profundidad estratégica en el oeste. Ayudó a los talibán a llegar al poder para restaurar el orden en Afganistán mediante unas fuerzas amistosas. No contó con que Afganistán se convirtiese en el centro de la controversia. Aunque los líderes paquistaníes no sienten pasión por Osama Bin Laden, los talibán son un aliado útil. Si se viese obligado a forzar a los talibán a entregar a Bin Laden, Pakistán correría el riesgo de sufrir una importante reacción violenta de una población islámica que le considera un héroe, por haberse enfrentado con éxito no sólo a la URSS, sino ahora también al 'imperialismo estadounidense'. Sería irónico que Estados Unidos consiguiese a Bin Laden y en el proceso perdiese Pakistán a favor de los fundamentalistas partidarios de la línea dura.

En resumen, en buena parte de Oriente Próximo y de Asia, es muy difícil separar el 'terrorismo' de la política, especialmente a los ojos de los musulmanes. Por lo tanto, al intentar por todos los medios involucrarse en la política interna de multitud de países, es probable que Washington pierda amigos en el plano popular.