LAS SIEMPRE VIEJAS IDEAS

Artículo de LLUÍS FOIX en "La Vanguardia" del 29-5-99

La guerra contra Yugoslavia ha entrado en su tercer mes, con bombardeos cada día más devastadores que el anterior, cientos de miles de kosovares desplazados y deportados, declaraciones políticas de seguir hasta el final hasta que se doblegue Milosevic, una petición de búsqueda y captura contra cinco dirigentes yugoslavos -incluido el presidente- acusados de los más terribles delitos y las noticias diarias de destrucción y muertes.

Todo indica que Milosevic va a perder esta guerra y tendrá que someterse y ser juzgado por el Tribunal Penal Internacional. No podrá mantenerse aislado ante el mundo y mucho menos sin la ayuda de Rusia que puede ser la gran perdedora de este conflicto si no se le da un protagonismo diplomático y político para reconstruir un país que está destruido política, material y moralmente. Pero, ¿habrá acabado el conflicto balcánico con la victoria de la Alianza? Pienso que no.

Ni la potencia militar aliada ni la necesaria entrada de tropas en Kosovo y Serbia van a terminar con una cultura que ha llevado a los eslavos del sur a esta trágica situación. Las guerras no las provocan los ejércitos. Ni siquiera los gobiernos. Son las ideas las que están en el origen de los enfrentamientos que desembocan en las guerras. Un país, un régimen o un gobierno con ideas radicales y reduccionistas, sin capacidad para entender las razones de los otros, corre el peligro de verse abocado a un fiasco de la magnitud del que se ha vivido en los Balcanes desde la desintegración de Yugoslavia.

Son recientes todavía las últimas visitas del entonces presidente Bush a Belgrado y del presidente Mitterrand a Sarajevo. El mensaje que llevaban al polvorín de la Yugoslavia postitista era el mantenimiento de la federación, es decir, evitar la fragmentación de un país que se aguantaba con alfileres, pero se aguantaba, y que al saltar las dos primeras piezas, la de Eslovenia y la de Croacia, sólo ha conocido los horrores de la guerra.

La partición de Yugoslavia se producía en el momento en que Alemania conseguía la unidad nacional a consecuencia precisamente del hundimiento del imperio soviético. Está por determinar todavía hasta qué punto Alemania tuvo una falta de visión histórica al reconocer por su cuenta los dos nuevos estados desgajados de la federación. El entonces ministro de Exteriores, Hans Dietrich Genscher, dice en sus memorias que no había más remedio que tomar aquella decisión que estaba escrita en el destino de los Balcanes. Europa y Estados Unidos se sumaron a los hechos consumados.

Kosovo es un problema, pero lo es también Montenegro y Macedonia y Bosnia, que está sujeta todavía a la vigilancia internacional.

El desmembramiento yugoslavo coincidió con la caída estrepitosa de los regímenes comunistas en la entonces Unión Soviética y en todo el centro de Europa. Las transiciones no se desarrollaron desde la libertad, tantos años cautiva en todo el bloque del Este, sino desde la supervivencia de las nacionalidades históricas y de los cuadros dirigentes reciclados del comunismo fracasado.

La mezcla de estas dos ideas, la nacionalista rabiosamente excluyente y la comunista frustrada, es la que ha engendrado a líderes como Milosevic y tantos otros que han sembrado de intolerancia a todas las tierras balcánicas con mensajes tan reduccionistas y desfasados como los que la Gran Serbia debe llegar hasta allí donde haya serbios. Es el mismo argumento que utilizó Hitler en 1938 para incautarse de la tierra de los sudetes, en Checoslovaquia, y la posterior anexión de Austria. De aquella Gran Alemania vendría la teoría del espacio vital, el pacto con Stalin, la invasión de Polonia y la declaración de guerra a todo el mundo que no quisiera vivir bajo los designios del Tercer Reich.

Serbia, afortunadamente, no es Alemania. Pero guardando todas las distancias las ideas de Milosevic se asemejan mucho a las de Hitler. Si no se entiende que esta guerra es para erradicar estas visiones fantasmagóricas de lo que debería ser el espacio democrático europeo, no se entiende nada.