EL CANDIDATO Y SU APUESTA

Artículo de ANTONIO ELORZA en "El País" del 8-10-98

En la presentación de su bosquejo de programa el pasado día 3, fueron visibles los esfuerzos de Borrell por configurar una imagen propia, y no sólo porque cambiase el himno habitual o sustituyera el puño y la rosa por la conjugación de pétalos que sugiere una rosa roja abierta. Este último cambio es quizá el más significativo, dado que simboliza el intento de desbordar los límites de una candidatura partidaria para aglutinar en torno al núcleo socialista una mayoría social de izquierda. La crónica olvidó recoger que entre la prolongada oración introductoria de Almunia y la de cierre a cargo de Borrell hubo una serie de intervenciones en cascada en las cuales, con desigual fortuna, personas pertenecientes a distintos sectores sociales, que en su mayoría destacaron su no militancia en el PSOE, fueron dando sus razones para apoyar a una candidatura de izquierda. Unos lo hicieron de forma muy brillante, como el actor Adolfo Marsillach, la senadora elegida por una lista común de izquierda en Ibiza o la deportista minusválida; otros con más plomo en las alas, caso de los sindicalistas de Comisiones Obreras y de la UGT. Pero el conjunto dio a entender la voluntad de representar sensibilidades y problemas de toda la izquierda, más allá de la estrategia de control del espacio electoral desde un partido que caracterizó a la era González. Por otra parte, el montaje vino a recordar una triste evidencia: con la actual Izquierda Unida de Anguita y Madrazo puede contarse más para colaborar con proyectos de disgregación del Estado en busca del aval de Clinton que para dar forma a una mayoría política de izquierda de España.

La segunda novedad ofrecida por Borrell consiste en el alto grado de integración entre las distintas facetas -los cinco pilares, las llamó al modo islámico- de su proyecto político. No es que ningún planteamiento fuera en exceso imaginativo. Combinar un crecimiento autosostenido con la defensa de la cohesión y de la solidaridad sociales en el marco del Estado de bienestar, recordar la importancia del ecosistema, apostar por una Europa que tras la unión monetaria alcance una creciente dimensión política, evocar la participación de los ciudadanos y la creación de una nueva cultura cívica, son componentes normales del mensaje socialdemócrata de hoy, aunque no lo fuera tanto el acento puesto por Borrell sobre una actitud de izquierda en el tratamiento de las cuestiones puntuales. La sorpresa fue el énfasis con que Borrell destacó que era el suyo un proyecto político para España, entendida como "nación de naciones", una nación con composición plural que en el marco del Estado de las autonomías, forjado por la Constitución y los Estatutos, respeta y promueve la identidad de las nacionalidades. Situándose en la doble línea del nacionalismo democrático español, que en los años treinta promoviera Manuel Azaña, y de la tradición federalista del PSOE, Borrell formula así una clara alternativa al vacío de la derecha sobre el tema y al reto de unos nacionalismos periféricos que en los últimos tiempos han emprendido una ofensiva concertada contra el Estado de las autonomías. El rosario de insultos que llovió como consecuencia sobre el candidato socialista desde todo el espectro nacionalista catalán y vasco prueba que ha dado en el clavo, tanto en su recuperación del concepto democrático y plural de España como al señalar el fracaso de una alianza PP-nacionalismos que en el balance de dos años de funcionamiento sólo cuenta con la subida en flecha de las orientaciones centrífugas. Ha podido verse que desde su punto de partida de una Hispanidad agresiva, simbolizada por los famosos gritos contra Pujol, el partido conservador no ha sabido pasar a otra cosa que a un pragmatismo miope dirigido a mantenerse a toda costa en el poder. Los votos catalanistas no le han faltado a Aznar, pero a cambio hasta Pujol ha terminado por sumarse a la puja de los planteamientos radicales impulsando en el Parlament el voto de la autodeterminación, gesto impensable hace un par de años.

Es quizás éste el punto en que el enfoque de Borrell marca una ventaja decisiva sobre el vacío de su oponente conservador, aun cuando ello pueda a su vez tener un alto precio en cuanto a futuras alianzas. El socialismo recupera en todo caso su viejo papel como agente de vertebración de la España democrática. Y, añadiríamos, de unas construcciones nacionales en Catalunya y Euskadi liberadas de la irracional propensión disgregadora. Pues no se trata de "españolismo" versus nacionalismos, sino de mantener la articulación de la plurinacionalidad frente a una balcanización que nada tiene que ver con nuestro horizonte de unificación europea.