UN CENTRO DE DISEÑO

Editorial de "El País" del 30-8-98

Superada la mitad de la legislatura y con la economía en lo más alto del ciclo, el partido del Gobierno no acaba sin embargo de despegar en las encuestas. Ése es el principal motivo del giro hacia el centro, o del discurso sobre el giro al centro, que de nuevo, y por enésima vez, ha anunciado, o enunciado, Aznar en este comienzo de temporada. El otro motivo se llama Borrell. La imagen ligeramente izquierdista del candidato socialista, antiguo secretario de Estado de Hacienda, ha inspirado a los estrategas del PP la idea de que tal vez podrían ganar, con ayuda de su reforma fiscal, la confianza de esa parte del electorado moderado que ha venido votando tradicionalmente a Felipe González, precisamente por su perfil centrista.

La experiencia indica que los políticos profesionales tienden a hacer aquello que creen que les conviene, y hay motivos para pensar que al PP ahora le conviene dar una imagen más moderada. Por ello, no habría que descartar que esta vez intente seriamente una operación de ese tipo. No por una súbita conversión ideológica, sino porque algo tienen que inventar los estrategas a la vista de que ni en las peores condiciones para su rival consigue el PP romper el empate con el PSOE. Quienes desde este último partido ponen en duda que el PP sea capaz de girar al centro sobrestiman, sin saberlo, a la generación de políticos conservadores que hoy dirige el PP: si lo creen necesario para seguir gobernando, Aznar y sus fieles son perfectamente capaces de girar al centro o a donde haga falta. No serán las convicciones lo que les detenga. También el PSOE dio un giro a la moderación en vísperas de las elecciones de 1982, y lo acentuó una vez en el poder.

Es lógico, sin embargo, el escepticismo. Primero, porque Aznar ya llegó a la dirección del PP, en 1990, enarbolando la bandera del centrismo (un partido "moderado, centrado e independiente", según la fórmula de entonces). Si nueve años después se dispone a emprender viaje hacia el centro, ¿qué ha hecho durante estos años, dónde ha estado? Segundo, porque el centrismo es más una actitud de apertura ideológica que una ideología, y Aznar necesitará años para convencer a los no rendidos de antemano de que ya no es el dirigente fríamente sectario que ha sido, especialmente desde que perdió las elecciones de 1993.

De momento, la única prueba de la voluntad de cambio proporcionada por el presidente ha sido el cese del portavoz Rodríguez. Pero no puede decirse que éste fuera un político especialmente derechista, un ultraconservador. Lo que sí era Miguel Ángel Rodríguez es un portavoz que utilizaba sus comparecencias oficiales para crispar las relaciones con la oposición y que jugó un papel nefasto en el intento gubernamental de intervenir en los medios privados de comunicación.

Queda la duda de saber si ese sectarismo -llevado hasta el ridículo con ocasión de unas declaraciones descalificatorias de Almunia difundidas mientras éste se entrevistaba con Aznar en La Moncloa- era un rasgo personal suyo o la expresión pública de lo que había oído en casa, a su jefe.

Aznar ha sido hasta ahora un político muy sectario. Hace cinco años, cuando apenas habían transcurrido tres meses desde las elecciones que dieron su cuarto triunfo a González, inició el curso político con un discurso, en Castellón, en el que acusó al entonces presidente de "no tener más ambición que el poder" ni otra ideología que "el oportunismo", y a su Gobierno, de estar formado por "profesionales del engaño". Sobre todo, negó al presidente recién elegido "autoridad moral" para pedir sacrificios a la población ante la crisis económica que en ese momento afectaba severamente a todas las economías occidentales.

SIN COMPLEJOS

Si algo ha caracterizado a Aznar ha sido lo que sus próximos llamaban hace algunos años "ausencia de complejos", que contraponían a las vacilaciones de la vieja UCD. Sin embargo, es precisamente la vacilación, que deriva de la capacidad para ponerse en el lugar del otro y para ser receptivo a sus argumentos, lo que caracteriza al centro político. Adolfo Suárez no brilló por otra cosa. La actitud de Aznar (y Álvarez Cascos) ante la resurrección del asunto de los GAL, por ejemplo, ha sido todo lo contrario a moderada. Los errores de los socialistas fueron enormes, pero basta recordar las posiciones de Fraga en la época para concluir que difícilmente hubiera evitado caer en ellos el PP si hubiera estado entonces en el poder.

¿Viaje al centro? Los antecedentes invitan a desconfiar, pero su necesidad es demasiado evidente para descartarlo: los sondeos no sólo mantienen el empate con el PSOE, sino a Aznar por debajo de Borrell y Almunia, con el agravante de que los ministros con un perfil más centrista, los Mayor Oreja, Rato y Arenas, son sistemáticamente los que obtienen mejor calificación. Mientras que Álvarez Cascos no abandona el último lugar. Las recientes declaraciones del vicepresidente invitan a pensar que se sabe condenado, incluso si permanece en el Gobierno. Ya no sería el enlace entre éste y el partido, con lo que perderá su principal fuente de influencia. En todo caso, conocer el nombre del sucesor de Cascos como secretario general será decisivo para tener una idea de la sinceridad del empeño reformista de Aznar.

Por otra parte, todos los estudios sociológicos siguen indicando que existe una mayoría social genéricamente identificada con posiciones de centro (e incluso de centro izquierda), y que el PP sigue siendo visto por el conjunto del electorado muy escorado a la derecha. En esas condiciones es difícil que llegue a realizarse la ensoñación de la lluvia fina que acabe propiciando una segunda legislatura con mayoría absoluta. Si gana, Aznar seguirá necesitando pactar con los nacionalistas catalanes para seguir gobernando, y ello implica una cierta adaptación centrista del programa máximo. En el aspecto económico sobre todo, especialmente si la coyuntura deja de ser tan favorable; pero también en cuestiones de imagen y talante: la sustitución de Rodríguez por Piqué tiene seguramente que ver con esto.

Porque, tras dos años sin otras elecciones que las gallegas -en principio, las más favorables para el PP-, viene ahora una temporada de gran intensidad electoral: las vascas en octubre, las catalanas en marzo y las europeas, autonómicas y municipales en junio. Todo ello como anticipo de las generales del 2000, si no se adelantan. El desconcierto del PP ante los sondeos electorales, sobre todo a la vista de que su gestión en el Gobierno obtiene una valoración bastante buena, se debe en parte a que habían llegado a creerse sus propias exageraciones sobre el descrédito de los socialistas. Mejor dicho, las exageraciones (y patrañas) de su orquesta mediática.

El efecto Borrell no ha resultado el bálsamo curalotodo que creyeron los socialistas, pero tampoco es el globo pinchado que dicen los otros. Los sondeos pueden despistar a los gobernantes, pero en ocasiones tienen la ventaja de despertarles de sus sueños. A Aznar le han ido las cosas bastante bien, favorecido por una situación económica que sólo en parte se debe al acierto del Gobierno. Incluso ha marcado tantos inesperados, como su victoria frente a un arrogante Borrell en el debate del estado de la nación. Pero su propia arrogancia, insufrible cuando habla de España en primera persona como si, efectivamente, el milagro fuera él, ha aumentado la antipatía con que es visto por los no entregados. ¿Viaje al centro? Ojalá. Y que empiece por un cambio de tono. La necesidad de consensuar cuestiones de Estado con la oposición no sólo es una consecuencia de la importancia de esas cuestiones, sino del hecho de que sólo 300.000 votos separaron al PSOE del PP en las elecciones, y que ahora esa diferencia sería seguramente menor. Espíritu de centro significa reconocer esa evidencia.