EL ODIO A LO ESPAÑOL
Artículo de Vicente Carrión Arregui, profesor de Filosofía, en "El Correo" del 15-11-99
Y es que hay gente que sólo puede experimentar autoestima si al mismo tiempo siente un profundo desprecio hacia los otros». Lo decía el psiquiatra Rojas Marcos el otro día en Sevilla para alertar sobre el creciente racismo contra los inmigrantes y, muy a mi pesar, pienso en el inmenso dolor que producen las expresiones despectivas con que los líderes actuales del nacionalismo se dirigen a quienes no pensamos como ellos. Las machadas, las chiquilladas, los cabestros, los de ahí abajo, los orejas, los juaristis, las macarenas, y tantas otras tropelías lingüísticas proferidas con gestos de infinito asco no son sino expresión del inmenso odio que intentan transmitir hacia lo español en general y hacia quienes de aquí o de allí no sentimos opresión nacional alguna y tratamos de vivir sin atrincherarnos en el odio, parapeto de impotencias más profundas.
Siempre me he preguntado si gentes como Arzalluz, Otegi, Egibar o Permach hacen el amor, juegan con los niños, ponen la mesa, respetan los pasos de cebra, van al dentista o agradecen la presencia policial en un atasco, y qué hacen cuando se les contraría; si en la solución de sus cuitas diarias hacen gala de la misma rabia que transmiten en sus declaraciones públicas, si comparten aficiones y sentires con gentes de otras tierras, si alguna de nuestras tradiciones les incomoda o las aman todas en bloque, si disfrutan de la vida, del simple hecho de respirar, reir, curiosear, llorar y todo eso. No lo digo por ofender a nadie, sino porque la única patria en la que creo está hecha de pinchos de tortilla, besos, algún telefonazo amigo, sábanas limpias, una carta en el buzón, ya saben, esas complicidades, aficiones y manías que van tejiendo los años y en las que suele tener una importancia ínfima el origen territorial o el grado de amor al terruño. Nunca he entendido qué tiene que ver la identidad personal con banderas, territorios, himnos y demás, y de las identidades colectivas, fueran cuadrillas, clases, iglesias o partidos, ya me inmunicé contra el franquismo y aún después. Si tuviera que apurar una definición, mi patria sería la mermelada de naranja amarga que desayuno. Puede que esté muy equivocado y a nadie quiero convencer, pero si no me quieren respetar y se empeñan en que reaprenda mi lengua materna y acate los tabúes impuestos por el burukide de turno, que no sea en nombre de la democracia, que me da la risa. Empezar a discutir ahora quién es más vasco me recuerda a las tertulias escolares sobre quién la tenía más larga, con perdón.
Hablaba Einstein del nacionalismo como de una enfermedad infantil, «sarampión de la humanidad», ni más ni menos, pero desde que sabemos cómo trataba a su mujer citarle no resulta tan modélico. Prefiero al filósofo Ken Wilber, porque conecta la evolución del género humano con las etapas que recorre el niño en su proceso hacia la madurez. «La evolución humana consiste en una continua disminución del egocentrismo», dice en su Breve historia de todas las cosas, en un alarde de optimismo, refiriéndose a que una persona está más evolucionada cuanto más capaz es de ponerse en el lugar de los demás. En tal proceso, añade, el nacionalismo sería una etapa a superar, pero de inevitable recorrido. Como el sarampión de Einstein, vamos.
Parecerá que cito por pedantería, pero necesito recurrir a la psicología evolutiva para entender cómo Arzalluz puede tener la desfachatez de decir que «ha salvado muchas vidas» y que gracias al PNV llevamos un año sin secuestros ni asesinatos -él dice muertos en la prensa del 11-10-99-. Parece el recadista del matoncete de la clase comunicándote que gracias a él no te harán la vida imposible. Sus palabras ignoran el impagable dolor de las víctimas de la pesadilla etarra -y del GAL, su criminal reacción- y desprecian la inmensa energía desplegada desde hace más de veinte años por los luchadores de la paz que atestaron las calles en julio del 97, enfilando a ETA y a otros hacia el callejón. Si además fuera cierto, como está documentado y no ha sido desmentido que yo sepa, que en uno de esos contactos con ETA de los que ahora presume dijo aquello de que no dejarán de empujar el nogal para recoger así más nueces, nos encontraríamos con que tamaño alarde de egocentrismo no lo practica un ardoroso adolescente sino quien pretende marcar el rumbo político del PNV redactando la ponencia para su próximo congreso.
Para contribuir a tal debate, y guiándome por los extractos publicados en la prensa, quisiera comentar un par de cosas a sabiendas de que mis opiniones se insertarán en el linchamiento mediático del que se sienten víctimas algunos nacionalistas. No me alarma; el conmigo o contra mí, el iraultza ala hil en versión etarra, también tiene nombre entre los trastornos psicológicos: se llama pensamiento polarizado y sus víctimas desconocen la gama cromática y creen imprescindible optar entre el blanco y el negro.
En primer término les diría que en el lenguaje común de recibo son los recibos y en el finolis las leyes y los contratos, por lo que condenar la violencia diciendo que no es de recibo parece una cabriola lingüística con la que en vez de atraer a los violentos a las reglas de la democracia parecen querer adaptarse a ellos y evitar así la rotunda condena moral que seguimos esperando del pacto de Estella. Eso sí, advierten que en el camino hacia la independencia lo que los vascos podamos decidir «nadie podrá impedir por la fuerza». Estupendo, ¿pero a quién se refieren? ¿A los que queman ikurriñas en las fiestas de los pueblos? ¿A quienes le dan a la gasolina en cuanto ven un txistu, una txapela o un bertsolari? ¿A quienes amenazan por matricular a sus hijos en el modelo D, linchan a los concejales nacionalistas o te obligan a comer huevos fritos con tomate? ¿Quién lleva casi 25 años contrariando la libertad de la mayoría de los vascos y españoles? ¿Por qué Arzalluz y compañía, que cuando Franco no se sabía dónde estaban, se empeñan en asociar con el franquismo a todos los que no somos nacionalistas cuando hablan de una transición inacabada?
Si se comportan como niños o como jovencitos contrariados, por no perder la pista de la metáfora evolutiva, cuando nos tachan de españolazos o fachas a quienes no compartimos su delirio de matar o amargarse la vida por una independencia imposible mientras navarros y vascofranceses voten como votan -y hacia la cual tienen todo el derecho de pretender y anhelar, pero ninguno a falsificar la historia haciendo creer que nos fue arrebatado lo que nunca tuvimos-, si son tan poco demócratas, digo, quizás sea porque les hemos consentido demasiado, como pasa con tantos niños hoy en día.
En mi modesta opinión, nos gustó tanto cómo nos sentíamos luchando contra Franco, sus penas de muerte y por la amnistía hecha efectiva en diciembre del 77, cuando salió de la cárcel el último preso de ETA y se disolvieron las Gestoras originarias, que muchos se quedaron colgados del gustazo de vivir peligrosamente. La sacralización de la ikurriña, del Eusko gudari de las pegatiñas y toda su parafernalia puso en bandeja que todos quisiéramos desmarcarnos de la asociación entre lo facha y lo español. Así nos ha ido, pero creo que pretender cimentar el futuro de Euskadi en la exclusividad nacionalista, fomentando el odio hacia lo español, envolviéndonos en esa etiqueta a ciudadanos que somos más de aquí que la purrusalda sólo porque estamos conformes con el actual marco institucional, es tirar piedras contra el tejado de su propio caserío. Ir de la mano con quienes han hecho de la amenaza, el chantaje y la chulería sus señas de identidad porque todavía no saben que nada se puede amar desde el odio, y desprecian la compañía de quienes queremos esta tierra más allá del apellido, la lengua, el RH o las ideologías futuristas, puede embarcar al PNV en una nueva aventura oldartzen de desastrosas consecuencias para sus tan sublimes ideales.