EMPIEZA UN COMBATE EN TODOS LOS FRENTES

Artículo de JOHN CARLIN en "El País" del 23 de septiembre de 2001

Con las informaciones proporcionadas por espías rusos y el apoyo logístico de la dictadura militar de Pakistán, Estados Unidos lanza un bombardeo aéreo seguido de incursiones de comandos en Asia central y la reacción de China, Irán, Siria y la OLP de Yasir Arafat consiste en un aplauso unánime y cortés.

Una situación semejante, inimaginable hace 12 días, de pronto parece no sólo verosímil, sino, en opinión del presidente George W. Bush y sus asesores, perfectamente deseable. Fue tan atroz el ataque terrorista del 11 de septiembre en Nueva York y Washington, tan inmediata la conciencia de que era preciso contar con aliados para impedir que volviera a ocurrir, que el Gobierno estadounidense más aislacionista desde antes de la II Guerra Mundial ha echado por la borda bruscamente los principios de política exterior con los que llegó al poder y ha emprendido la actividad diplomática más frenética que se recuerde en Washington.

Después de hablar por teléfono con 16 jefes de Gobierno extranjeros y de reunirse cara a cara con otra media docena, Bush reconoció el jueves, tras enviar un contingente de cien aviones militares al golfo Pérsico, que lo que su país necesita es 'ayuda'. 'Únanse a nosotros en una coalición internacional contra el terrorismo -dijo, en un discurso dirigido al mundo entero-. Ayúdennos a detener a esta gente'.

¿Y qué haría esta coalición? ¿Qué forma asumiría esa ayuda? Consistiría en participar con Estados Unidos en la 'guerra' que Bush declaró 24 horas después de que tres aviones bomba pulverizaran las torres gemelas del World Trade Center e hicieran un agujero gigantesco en uno de los cinco costados del Pentágono. Pero ésta, como aclaró tras un día más de reflexión, no será una guerra en el sentido convencional de la palabra. Lo que nos espera es algo distinto, algo que nadie ha visto antes. El mundo debe prepararse, dijo el presidente norteamericano, para 'un nuevo tipo de guerra'.

La pregunta más acuciante que se hace el mundo en este momento es cómo va a ser este 'nuevo tipo de guerra'. El motivo de que sea la pregunta más acuciante en el mundo es que, si la respuesta de la hiperpotencia se deja guiar más por el corazón que por la cabeza, por la venganza que por el cálculo desapasionado, existe la posibilidad de desencadenar un enfrentamiento entre el islam y Occidente en una zona del globo repleta de fanáticos religiosos en la que, al menos, tres naciones (Israel, India y Pakistán) poseen armas nucleares. El ministro de Exteriores francés, Hubert Vedrine, hablaba en nombre de toda la Unión Europea y otros países cuando advirtió que hay que evitar encender un 'choque de civilizaciones' entre el mundo occidental y el islámico, que -continuó- 'puede ser una de las previsiones demenciales de quienes instigaron los ataques' en Nueva York y Washington. En otras palabras, si la acción norteamericana no diferencia entre los culpables, los consentidores y los inocentes, la principal consecuencia será la aparición de nuevos reclutas y partidarios para los terroristas.

Una trampa


Bush, que ha recibido un curso extraordinariamente intensivo de política internacional en los doce últimos días, parece haber entendido que le han tendido una trampa; parece haber aprendido la lección -dando la vuelta a la famosa frase de Clausewitz- de que la diplomacia es la guerra por otros medios. Y la prueba más destacada de ello es que, a pesar del dolor y la indignación provocados por el hecho de que haya más de 5.000 personas calcinadas, Bush ha hecho un gran esfuerzo por garantizar una alianza lo más amplia posible, que se extienda -como Colin Powell fue el primero en subrayar- a varios de los tradicionales rivales de Estados Unidos en el mundo árabe.

Ello no quiere decir que la opción militar quede descartada; sólo que no será la única opción. Donald Rumsfeld, secretario de Defensa de Bush, está de acuerdo. 'El nuevo tipo de guerra -explicaba la semana pasada el ex halcón- no será convencional. Será político, económico, diplomático y militar.' También podría haber mencionado que será una guerra en la que las labores de información e investigación policial ('muy parecidas a las de la guerra contra las drogas', decía un funcionario de los servicios de información) desempeñarán un papel fundamental.

Entonces, quiere saber el mundo, ¿cuándo va a empezar esa guerra? La respuesta es que ya ha empezado. La respuesta militar será la última que se active, pero en todos los demás frentes ya hay una actividad frenética. Para ver en qué ha consistido dicha actividad, no hay más que pensar en todo lo que ha ocurrido y que no habría pasado si no se hubieran producido los sucesos del 11 de septiembre.

Aparte del torbellino diplomático, de repente se ha retirado, por ejemplo, a los 3.000 agentes del FBI de sus investigaciones de rutina y se les ha asignado la búsqueda de posibles terroristas en tierras norteamericanas. Ha habido detenciones de sospechosos vinculados a los atentados del 11 de septiembre, no sólo en Estados Unidos, sino en Europa. Y la detención en Egipto de 37 individuos presuntamente pertenecientes a las organizaciones radicales jihad. Otra parte de la nueva guerra, una parte más convencional, ha sido el levantamiento de fortificaciones defensivas en el propio Estados Unidos. Dick Cheney, el vicepresidente, es el encargado de supervisar lo que se denomina 'defensa de la patria'. Entre las nuevas medidas han estado el cierre del espacio aéreo norteamericano durante tres días, la introducción de unas medidas de seguridad en los aeropuertos muchísimo más rigurosas de lo que se había visto nunca, el desarrollo de planes para incluir a 'comisarios aéreos' armados en los aviones y colocar unas puertas nuevas que hagan imposible a un posible secuestrador entrar en la cabina del piloto. Y una seguridad más estricta, que se observa en todos los lugares públicos, tanto en Estados Unidos como en gran parte de Europa occidental.

El aspecto 'económico' que menciona Rumsfeld comprende la guerra contra el blanqueo de dinero, para sabotear las redes financieras que sostienen el terrorismo mundial. También en este caso, la guerra ya está en marcha. El Tesoro estadounidense ha activado un nuevo grupo de trabajo cuya tarea consiste en buscar, localizar e incautarse de los fondos y los bienes de grupos considerados una amenaza para la seguridad. Como decía el representante comercial de Estados Unidos, Robert Zoellick, a The Washington Post: 'Necesitamos una estrategia económica que sirva de complemento a nuestra estrategia de seguridad'.

Pistas para el ataque


No obstante, sigue habiendo una pregunta: ¿Cuándo y cómo contraatacará militarmente el imperio? Cuándo, es muy difícil de decir. Entre la invasión de Kuwait por parte de Irak y el primer ataque aliado de la guerra del Golfo transcurrió un periodo de cinco meses. En cuanto al cómo, la forma que va adoptar la respuesta militar, las autoridades del Pentágono se han esforzado por dejar claro en la última semana que todavía se encuentran en las primeras fases de planificación, pero ya se han empezado a conocer algunas pistas.

Por ejemplo, sobre qué no se debe hacer. Durante la semana pasada, en repetidas ocasiones, jefes militares y expertos en la cuestión, tanto en activo como retirados, han aludido a la reacción del presidente Clinton en 1998 ante las bombas de las embajadas norteamericanas en Kenia y Tanzania. Es decir, el bombardeo de una fábrica de aspirinas en Sudán y el lanzamiento de 60 misiles Tomahawk en Afganistán, contra lo que se creía un campo perteneciente al presunto cerebro de los ataques del 11 de septiembre, Osama Bin Laden, y su organización Al Qaida (La Base). No hubo riesgos para el personal estadounidense ni para ningún otro. El ataque sólo sirvió para subrayar la debilidad norteamericana a ojos de los santos guerreros islámicos.

El presidente Bush, que nunca desaprovecha la oportunidad de lanzar una pulla contra su despreciado predecesor, hizo el martes una pregunta retórica a un grupo de senadores: '¿Qué sentido tiene enviar misiles de dos millones de dólares para atacar una tienda de campaña de 10 dólares que está vacía?'. Donald Rumsfeld desarrolló el argumento. 'Los misiles de crucero', explicó, 'no alcanzan a quienes actúan en la sombra. Y la guerra antiséptica -aviones que arrojan bombas desde 6.500 metros de altura, misiles de crucero que atraviesan la noche, sin ningún herido en el bando de Estados Unidos y la coalición- no servirá de nada con este enemigo, que quede muy claro'.

Por tanto, el aspecto militar del nuevo tipo de guerra no se parecerá ni a las inútiles represalias de Clinton contra Bin Laden ni a la guerra por ordenador de la OTAN en Kosovo. Por el contrario, y por primera vez desde Vietnam, esta guerra exigirá el derramamiento de sangre norteamericana, un sacrificio que el pueblo estadounidense no estaba dispuesto a tolerar en aventuras militares como las guerras de los Balcanes, que correspondían al lejano ámbito de los asuntos extranjeros, pero que -según muestran las encuestas- están más que dispuestos a aceptar ahora que han muerto civiles en tierra norteamericana y existe la posibilidad de que mueran más.

¿Debemos prepararnos, pues, para otro Vietnam? Nadie lo cree en Washington. El despliegue masivo de tropas en Afganistán, el único objetivo geográfico claramente definido desde el 11 de septiembre, sería arriesgarse a obtener el mismo resultado que en Vietnam. Tanto los ejércitos de Alejandro Magno como los del Imperio Británico de la reina Victoria y los de la Unión Soviética han caído ante los guerrilleros y el duro terreno montañoso del país. Los generales rusos advirtieron la semana pasada a los norteamericanos que si pretendían entrar en Afganistán -que además es el país con más densidad de minas de todo el mundo- empleando métodos militares convencionales, se condenarían a derramar 'ríos de sangre'.

Atentos a la experiencia rusa, la mayoría de los expertos militares de Washington predicen que, en vez de mandar a la infantería, Estados Unidos enviará unidades de fuerzas especiales (entre el ejército, la marina y las fuerzas aéreas norteamericanas, un total de 35.000 soldados) capaces de actuar en la clandestinidad, en pequeños grupos y entrenados para realizar incursiones rápidas, hábiles y precisas, no muy distintas de los métodos que utilizan los propios terroristas. El general retirado de las Fuerzas Aéreas, Charles Horner, jefe de la aviación durante la guerra del Golfo de 1991, ha dicho que prevé el despliegue de fuerzas especiales en equipos de entre 5 y 500 personas, que entrarán en Afganistán en helicóptero, tras sobrevolar espacio aéreo ruso, paquistaní o iraní.

Sólo estos métodos -es la opinión extendida en los círculos militares norteamericanos- ofrecen alguna posibilidad de 'perseguir al hombre al que Bush desea ver 'vivo o muerto', el saudí Bin Laden. Por otro lado, Bush, Powell y Rumsfeld han destacado que pretenden castigar no sólo a los terroristas, sino a los Estados que les dan acogida. El subsecretario de Defensa, Paul Wolfowitz, llegó a decir la semana pasada que es preciso 'terminar' con dichos Estados. Para lograr ese objetivo, o algo parecido, en el caso del régimen talibán de Afganistán, la única opción disponible -dado que una invasión terrestre en toda regla es impensable, como también lo es un ataque nuclear- parece ser el uso de bombas y misiles convencionales.

Y existe la opinión general de que, en el caso de que los talibán no entreguen a Bin Laden, habrá un ataque aéreo espectacular sobre objetivos militares afganos. El contraalmirante retirado Stephen Baker, que ahora trabaja en el Centro de Información de la Defensa en Washington, dice que 'la respuesta inicial quizá sea masiva'. Y esa respuesta se produciría, ha explicado, en 'una oleada de ataques coordinados en múltiples flancos' desde los 80 aviones del USS Enterprise y el USS Vinson, portaaviones que ahora están situados, respectivamente, en el océano Índico y el golfo Pérsico. Además de 'un número indefinido' de misiles de crucero Tomahawk, que se pueden lanzar desde una distancia de 1.500 kilómetros y con una precisión de impacto, se dice, de siete metros respecto al blanco.

La idea de que se va a producir dicho ataque se vio reforzada el miércoles por la salida desde Norfolk (Virginia) en dirección al Este del portaaviones USS Theodore Roosevelt y el anuncio del Pentágono, ese mismo día, de que se había puesto en marcha la Operación Justicia Infinita, el envío de aviones de combate F-15 y F-16 y posiblemente bombarderos B-1 al golfo Pérsico.

¿Pero qué propósito tendría el bombardeo total de un país paupérrimo, que ya ha quedado prácticamente reducido a escombros por dos décadas de guerra permanente? La respuesta, utilizando unas irónicas palabras de Voltaire, sería que 'pour encourager les autres'. Para animar a los demás. Es decir, para enviar un mensaje a naciones con relativa riqueza e infraestructura, como Irak, Libia o incluso Pakistán (si sus generales flaqueasen en su apoyo a la coalición antiterrorista), de que, si deciden ayudar a terroristas que amenazan a Estados Unidos, deben saber qué les espera. La diplomacia, en el sentido que decía Clausewitz, por otros medios.

Recompensas en casa


Existe también la idea generalizada entre los analistas militares europeos de que Bush obtendrá ciertas recompensas políticas internas por el hecho de ofrecer la represalia espectacular que espera el pueblo norteamericano, herido y con sed de venganza. Como ha dicho un oficial retirado del ejército británico, es probable que Estados Unidos lance un ataque 'cosmético', en gran parte, para beneficio de la opinión pública. Los objetivos podrían ser una sede regional de los talibán o, tal vez, un aparcamiento lleno de vehículos acorazados cuya existencia a las afueras de Kabul es conocida. 'No será un gran golpe, pero políticamente ganarán unos puntos que les son muy necesarios'.

Si se produjera ese ataque, se puede decir sin temor a equivocarse que la televisión norteamericana tendrá asientos de primera fila. Después podrá empezar la parte seria del nuevo tipo de guerra, la guerra total en los frentes económico, político, diplomático y de espionaje. 'La parte más espectacular de la respuesta será un ataque militar -dice Michèle Fluornoy, del Centro de Estudios Estratégicos y Militares en Washington-. Puede ser importante por razones políticas. Sin embargo, a largo plazo, las respuestas no militares serán más importantes'. Da la impresión de que Bush y Rumsfeld, con sus comentarios sobre la inutilidad de los misiles de crucero y la guerra antiséptica en general a la hora de erradicar la amenaza terrorista, están de acuerdo con este análisis. Un análisis basado en el hecho de que los terroristas actúan en la sombra, tienen gran movilidad y son tan poco vulnerables a un misil de crucero como un mosquito a una ametralladora. Los expertos dicen que la red de Bin Laden, que no es la única organización fundamentalista armada en Oriente Próximo, actúa al menos en 34 países, quizá en cientos de pequeñas células. Y uno de esos países, por supuesto, es el propio Estados Unidos. Lo cual demuestra, a su vez, lo delicado de atribuir la responsabilidad o la complicidad de los actos terroristas a los países que dan acogida a esos individuos.

Los frentes no militares, relativamente invisibles y no 'hechos para la televisión' del nuevo tipo de guerra, son los lugares en los que se ganarán o perderán las batallas contra el terrorismo. Al final, las policías de todo el mundo contribuirán más que el Pentágono. La mejora de los servicios de información beneficiará tanto a la policía como al ejército, cuyos agentes de fuerzas especiales, por muy implacables y brillantemente entrenados que estén, se encuentran en el más absoluto desamparo sin la información secreta sobre quiénes son sus objetivos o dónde están.

El motivo principal por el que la palabra 'guerra', como han observado muchos Gobiernos europeos, resulta inadecuada para designar esta lucha es que, a diferencia, por ejemplo, de Pearl Harbour, con el que se comparan continuamente las agresiones del 11 de septiembre, nadie sabe quién es el enemigo, dónde está ni qué aspecto tiene. Como ha dicho Rumsfeld, los terroristas 'no poseen ejércitos, marinas ni fuerzas aéreas contra las que se pueda combatir'. Tampoco tienen una base claramente identificable, como Belgrado o Bagdad. Una analogía más apropiada, dice una fuente de los servicios de información, sería la guerra contra las redes del narcotráfico internacional. Sin una buena labor policial y de información, aspectos en los que Estados Unidos ha demostrado tener graves fallos, no existe la más mínima esperanza de triunfar ni, mucho menos, de una intervención fructífera por parte del ejército. 'Conoce a tu enemigo' es una de las primeras máximas de la guerra. Para conocer a este enemigo, lo que hace falta es el tipo de información que poseen naciones como Irán y Pakistán. 'Si queremos hacer algo en la región, es preciso contar en nuestro bando con los Servicios Coordinados de Información de Pakistán (ISI)', ha declarado un ex agente de la CIA al Wall Street Journal. 'Sus miembros hablan el idioma, llevan la ropa y conocen las calles del lugar'.

La argamasa que mantendrá todo unido, que permitirá sostener una coalición internacional de servicios policiales y de información, que garantizará la cohesión entre las redes secretas necesarias para combatir contra las redes secretas de los terroristas, será la diplomacia. Y tendrá que ser una diplomacia muy delicada, si queremos que la coalición aguante durante los muchos años de labor antiterrorista internacional que, según la Administración de Bush y todas las partes implicadas, nos esperan por delante. James Lindsay, antiguo miembro del Consejo de Seguridad Nacional, ha advertido que, con posibles aliados como Pakistán y Arabia Saudí, o incluso Irán y Siria, 'podemos acabar encontrándonos con consecuencias imprevistas, como la desestabilización de Gobiernos que suelen apoyarnos, y la forma de equilibrar esa balanza... es uno de los grandes retos a los que nos enfrentamos'.

No habrá victoria final


Aunque se mantenga ese equilibrio, aunque se logren ciertos resultados iniciales en la batalla contra el terrorismo, nunca se alcanzará una victoria decisiva en la que uno de los bandos alce la bandera blanca, como se espera en una guerra convencional. James Woolsey, antiguo director de la CIA, ha dicho que, aunque ocurra 'lo mejor', aunque se detenga a Bin Laden y sus principales colaboradores, 'eso no elimina la malaria'. O como dice James Lindsay: 'no es como cuando uno se fractura un hueso, va al traumatólogo, se lo colocan y ya está; es más como una enfermedad crónica, algo parecido al sida.'

Y en caso de que el presidente Bush lo llegue a dudar, podrá observar los ejemplos de Gran Bretaña y España, que llevan años luchando contra la enfermedad del terrorismo y se han empantanado en una Operación Guerra Infinita, a pesar de operar en territorios geográficamente diminutos, en comparación con los que habitan las células que realizaron los atentados de Washington y Nueva York. La solución, dice Donald Rumsfeld, es 'drenar el pantano' que genera la malaria terrorista. Pero el pantano no tiene el tamaño del País Vasco o Irlanda del Norte; el pantano se extiende desde Argelia hasta Pakistán, o mejor dicho, desde California, pasando por Europa occidental, a Pakistán. 'Y lo peor, lo que hace que sea una tarea casi imposible -afirma una fuente de los servicios de información-, es que ETA y el IRA no buscan deliberadamente morir al realizar su acción, mientras que esta gente, sí. Planear un ataque terrorista es mucho más fácil cuando no hace falta una vía de escape. Lo espantoso es que no existe una verdadera defensa contra eso. Utilizar el término 'nuevo tipo de guerra' es lo mismo que decir que no se trata de una guerra, en absoluto. Es un desafío diferente, un desafío que -no nos olvidemos - lleva mucho tiempo entre nosotros, que no desaparecerá por completo y en el que el éxito llegará despacio, en secreto y gradualmente. Si es que llega'.