CONSENSO LIMITADO

Artículo de Xavier Bru de Sala en "El País" de Cataluña del 3-1-98

El año político en Cataluña se ha cerrado con la aprobación de la nueva ley sobre la disponibilidad lingüística. ERC y el PP, por motivos contrapuestos que se han aireado suficientemente, están en contra. La unanimidad sin fisuras del bloque que la ha pactado ---CiU y el PSC más IC y el PI permite hablar todavía de un consenso básico, del cual se salen simétricamente, por las bandas, los más nacionalistas y los antinacionalistas. ¿Podría interpretarse la posición del PP como un enérgico "¡basta ya!" y la de ERC como una airada protesta ante la, a sus ojos, condena del catalán a un papel secundario? Si, si nos atenemos al fondo de la cuestión. Bastante menos si nos fijamos en el cuidado con el que ambos partidos han matizado sus posiciones. Lo importante no es la ley, sino dilucidar hasta qué punto el catalán se ha convertido en instrumento de conflicto.

Idealmente, si de él dependiera, el PP optaría por un modelo en el que el catalán no fuera objeto de impulso en forma de discriminación positiva, adoptaría el bilingüismo en las escuelas y daría tiempo, a ver si, desprovisto de ayudas, el catalán se iba quedando en la cuneta. También en el plano de las aspiraciones, el nacionalismo democrático radical adoptaría un modelo en el que se combinara el monolingüismo oficial, el catalán como lengua única, o casi, de la vida pública, con el respeto debido a los derechos individuales y con la comprensión del uso del castellano para mantener mercados en la extensa área hispanohablante. Los demás partidos están por el equilibrio ---si se prefiere por un equilibrio más o menos desequilibrado a favor de la lengua propia por antonomasia, ya sea como etapa imprescindible para la posterior catalanización general del país, ya sea como objetivo final. Un equilibrio que comporta incentivar el catalán, por lo menos mientras dure la inferioridad de condiciones en la que hoy todavía se encuentra.

La radiografía de la votación corresponde, pues, a la realidad de las opciones de fondo. Una disparidad de criterios que no se han molestado en ocultar (aunque sí, de momento, en minimizar). A la vista del debate de los últimos meses y de su resultado final, pocos son los dirigentes de CDC, y menos los de UDC, y menos todavía los socialistas, que en privado o en público no sostienen que habria sido más sensato dejar las cosas como estaban o, a lo sumo, abrir una vía de iniciativas y reformas parciales que, empezando por la justicia, hubieran favorecido el uso del catalán allí donde se encuentra más mermado de posibilidades, procurando que no se rompiera el consenso. Tal vez así la realidad radiografiada en el Parlament seguiría bajo la alfombra durante un tiempo más. Se sabría que está ahí, de lo que habría que tomar buena nota, pero sin necesidad de tropezar con ella a cada paso. Poco importan las preferencias de cada cual. La cuestión es que el catalán ha pasado del consenso a una politización que, en el fondo, no deja de reflejar las preferencias poco conciliadoras de distintos sectores sociales. Si sólo hubiera discrepancia en las esferas de lo político, no habría problema. El problema empieza a estar en algunos sectores de la sociedad.

Pero la política, y las actitudes de sus líderes, puede servir tanto para canalizar las tensiones de la sociedad como para potenciarlas. En el primer caso, se habla de prudencia y responsabilidad. En el segundo... digamos por ahora que de firmeza en los principios. Otras tensiones de la sociedad, potenciales o establecidas, son canalizadas de tal modo por los políticos que tienden a diluirse. En este caso no ha sido así, y creo sinceramente que hay que lamentarlo. No es que peligre la convivencia civil, pero sí se ha dado, en este sentido, un paso en la dirección equivocada. Veremos hasta qué punto la contrapartida prometida, un mayor auge del catalán en todas las esferas de lo público, se traduce en hechos. Sólo entonces se podrá establecer si ha valido la pena.

Por el momento, lo sensato es destacar la voluntad de los partidos del no para que la sangre del disenso no llegue al río de la discordia (voluntad que no debería revelarse como mero maquillaje coyuntural). El paso siguiente debería consistir en poner sordina a una polémica política que no beneficia a nadie ---y menos al catalán. Si en las próximas campañas electorales la cuestión lingüística salta a primer plano, el lío está casi asegurado. Si, por el contrario, los partidos tienen la bondad de pasar de puntillas sobre el asunto. se habrá recuperado una pequeña porción del terreno perdido. Si además renace el prestigio del catalán como idioma de cultura, a través de la calidad de sus producciones y las medidas que la potencien, no pocos sectores de la sociedad que hoy ven el catalán como algo ajeno a sus intereses estarán en situación de pensar que de veras les concierne, y no sólo por la circunstancia de ser ciudadanos de un país bilingüe.

Si no fuera pedir demasiado, convendría ir explorando las posibilidades de lograr unas bases de consenso lingüístico aceptable por parte de los intelectuales. Los políticos han roto el consenso o lo han mermado, sin contar con un solo aplauso intelectual. De jugarse la partida de su recomposición, el terreno adecuado debería ser el intelectual. Aunque no sé si al mismo tiempo es el más propicio. En cualquier caso, no es fácil resignarse: si 10 años atrás estaban de acuerdo con las posiciones expresadas por Gil de Biedma, ¿por qué ahora, salvando alguna excepción como la de Vázquez Montalbán, debe haber entre los intelectuales de distintas posiciones la misma distancia que entre los políticos? Si vamos por el camino del disenso, deberemos concluir que los intelectuales somos o bien un mero apéndice de los políticos o bien unos irresponsables (en cualquier caso, algo habría que hacer antes de conformarse a escribir en una lengua que, además de minoritaria, se ha vuelto conflictiva).

En los paises nacionalmente establecidos, funciona un consenso general básico que afecta a las cuestiones fundamentales, lo que encauza el juego político hacia el interior del edificio político. En Cataluña, en cambio, está en juego la propia realidad del edificio, sus planos y estructuras. Como consecuencia de ello, el catalanismo vive inmerso en la duda: en vista de que la preocupación por el consenso básico resulta un freno a sus aspiraciones nacionalizadoras, la tentación de tirar del carro en solitario se hace patente. Es una nueva estrategia, todavía incipiente, que tendría mucho más sentido y más posibilidades de éxito si las posiciones catalanistas fueran mayoritarias en el seno de la sociedad catalana. Como no es así, bastante tenemos con el final, aceptable por los pelos, de la polémica sobre la ley del catalán.