RETOS DE LA POSGUERRA AFGANA

Artículo de MARWAN BISHARA, investigador de la Escuela de Ciencias Sociales de París.

En "La Vanguardia" del 14 de octubre de 2001

Mientras la guerra comienza en Afganistán, el mapa geopolítico de la posguerra en la región empieza a dibujarse. Pakistán, Arabia Saudí y Turquía conforman un triángulo estratégico que ayudará a contener el ascenso del fundamentalismo islámico en la región. Les complacería ver la caída de Saddam Hussein, pero temen el resurgimiento de un Irak fuerte. A las tres naciones suníes les gustaría asimismo contener el papel regional de la Republica chiita de Irán, que mantiene especiales relaciones con Siria.

La Administración Bush ha concedido cien millones de dólares a Pakistán y ha preparado un plan económico de 600 millones más para hacer de este país, segundo país musulmán y que tiene la "bomba islámica", un adepto. Los legisladores estadounidenses han solicitado 5.000 millones de dólares para el aliado clave, Turquía, y han animado al Fondo Monetario Internacional a reservar 19.000 millones de dólares para una nueva ayuda. También hay que destacar el importante papel del reino wahabi de Arabia Saudí, la tierra natal del islam y el aliado preferente de EE.UU. en el golfo Pérsico y en toda la región árabe. Para la Administración Bush, ¿una nueva alianza estratégica, establecida tan estratégicamente entre China y Rusia, podría favorecer una proyección de fuerzas a largo plazo e influir en esta región, tan rica energéticamente e inestable políticamente? A Moscú, por su parte, no le entusiasma menos esta configuración geopolítica. Transformará el "arco inestable" tan prolongado en un triángulo de calma. Espera que los que un día consideró Rusia como "la OTAN islámica", Turquía y Pakistán, actúen contra la propagación del radicalismo islámico en las ex repúblicas de la Unión Soviética. Al propio tiempo, Rusia espera que Arabia Saudí suspenda su apoyo a los así llamados "extremistas wahabies" en sus provincias, en especial Chechenia, como también en los estados vecinos, sobre todo Hizb-e Tahrir, un movimiento de estilo talibán que crece en adeptos en Uzbekistán, Tadjikistán y Kirgizistán. Los regímenes totalitarios en estos países no se hallan desde luego menos dispuestos a colaborar con EE.UU.

A primera vista todo ello parece una perfecta alianza geopolítica. Los intereses y objetivos comunes son definidos por parte de todos los miembros de la alianza que poseen los medios militares, económicos y diplomáticos para llevarlos a cabo. ¿Cuál es, entonces, la otra cara de esta potencialmente exitosa trama geopolítica?

Veamos. Primero y principal, todos los miembros regionales de tal alianza no escrita son países no democráticos notablemente violadores de los derechos humanos. Sería repetir el mismo error de la alianza con el "sha" de Irán en los años setenta, apoyar a Saddam Hussein en los ochenta, reclutar a Ossama Bin Laden, financiar a los talibán en los noventa... y más todavía. Los regímenes totalitarios y militares no generan estabilidad a largo plazo, son provisionales en sí mismos y provocan violenta oposición a su mando así como hostilidad hacia EE.UU.
Por desgracia, los políticos en Washington han reducido sus decisiones al bombardeo de los países que cobijan y apoyan a los terroristas, o a intentar ganárselos. Esta última respuesta adoptada por el secretario de Estado Colin Powell ha prevalecido hasta ahora, dejando la puerta abierta para bombardear Irak en una fase posterior.

Son las voces que ahora resuenan de lo alto: ¿qué otra elección tiene Estados Unidos entre el violento fundamentalismo islámico y los regímenes militares corruptos? Tal es precisamente la trampa en la que Estados Unidos ha caído en el pasado. La cuestión de la geopolítica ya no es la que era. Ambas, tanto la geografía de la violencia como la política de la geografía, han cambiado en los últimos años, y los ataques de Nueva York y Washington lo han mostrado con toda claridad. Aunque el nuevo equilibrio de poder se orienta para Washington a neutralizar el "equilibrio del terror" de Bin Laden, proyecta no obstante más poder y menos equilibrio sobre la inestable región del Medio Oriente asiático.

La nueva "pax americana" incomodará y desestabilizará el ya frágil y dividido mundo árabe. La falta de un liderazgo árabe provocado por la humillación y la derrota infligi-das por Israel es justamente el factor conducente a la inestabilidad y la agitación que hemos estado presenciando en los ámbitos islámico y árabe.

Estados árabes moderados como Egipto y Marruecos -que dudan, sin embargo, en unirse a la coalición norteamericana- se verán aún más marginados, en tanto la liberalización de sociedades árabes en su conjunto sufrirá a consecuencia de la transformación y atracción por "fuerza centrípeta" de los estados islámicos más alejados en dirección al núcleo del mundo islámico, lo que revertirá en una crisis regional más amplia y una fractura entre países islámicos árabes y no árabes. La búsqueda de la paz entre Israel y sus vecinos no se verá menos perjudicada. Ninguno de los protagonistas ha puesto interés en una solución justa de la cuestión palestina más allá de los lugares santos musulmanes. La persistente violencia en Palestina agravará la ya hostil opinión pública en el mundo árabe.

Por más que parezca que Europa ha recibido la parte más pequeña de dos males en litigio, no es así. Todo lo que está ocurriendo es lo opuesto a lo que Europa defiende en términos de una visión de estabilidad y desarrollo en una dinámica de buena vecindad compartida. La cultura euromediterránea sufrirá al máximo a causa de esta tosca y miope alianza ahora en curso.

La geoestrategia ganará, una vez más, la partida sobre la noción del choque de civilizaciones en su respuesta al terrorismo. Sin embargo, una alianza geoestratégica con regímenes en quiebra socavará aún más la democracia, los derechos humanos y otros factores imprescindibles para una estabilidad a largo plazo. La ausencia de estos derechos fundamentales y universales en esos países incomodará más a las sociedades musulmanas y conducirá a más violencia, terrorismo y hostilidad hacia Estados Unidos y Occidente.

Será un choque de voluntades entre las víctimas y sus opresores o perseguidores. Mientras Estados Unidos va a la guerra, Occidente debe reflexionar sobre su actitud en la posguerra. Es un momento crucial y privilegiado para que Occidente apoye la renovación democrática y el respeto de los derechos humanos, así como el fin de toda ocupación extranjera, con la misma energía y decisión con la que ha prometido luchar contra el terrorismo.
Traducción: José María Puig de la Bellacasa