UNA UNIÓN COHESIONADA

Artículo de ENRIQUE BARÓN CRESPO en "El País" del 16-2-99

Alemania se ha fijado un ambiciosísimo programa para su efímero semestre de Presidencia: convertir a la Unión Europea en sujeto político. Joschka Fischer no sólo se ha encorbatado; supo enviar este mensaje con estilo de estadista en su discurso ante el Parlamento Europeo. En el mismo escenario se desarrollaba simultáneamente una esperpéntica batalla de censura a una Comisión en fin de mandato. De la misma salió una Comisión agónica, mal augurio para una institución cuya función es servir de motor y mediador.

Los diputados alemanes votaron casi en bloque la censura, lo cual indica que existen serios problemas en un país que desde 1948 convirtió la construcción europea en parte esencial de su identidad. Ahora que compartimos ciudadanía, moneda y destino conviene debatir abiertamente estos problemas. En los últimos años se ha producido un enrarecimiento progresivo del ambiente comunitario, manifiesto sobre todo en medios centroeuropeos.

Primero fue la campaña sobre la incapacidad de los países del Club Med de entrar en la primera ola de la Unión Monetaria. La denominación era más simpática que discriminatoria si se considera la pasión germánica por Mallorca o Toscana. El mismo canciller Schröder comenzó la Presidencia alemana en Marbella, un lugar clásico club med.

A la hora de hacer balance, esta campaña contribuyó a crear un fructífero clima de emulación. Se habló más de eso que de cómo pagamos todos la unificación alemana, con una subida de tipos de interés que condicionó negativamente la coyuntura europea en la primera mitad de la década.

Poco a poco se han ido perdiendo las formas. Del discurso de la solidaridad y cohesión de Maastricht hemos pasado a la consagración de la teoría de los saldos netos y el justo retorno.

Aunque es legítimo aplicar el viejo proverbio alemán de que "quejarse forma parte del negocio" y es cierto que existe un problema alemán a la hora de contribuir (todos tenemos problemas en ese momento), sería conveniente no seguir fomentando discursos egoístas y peyorativos para socios y conciudadanos. La democracia es, en gran medida, cuestión de buenas formas, incluso cuando se debate el tema central del presupuesto que no es más que la radiografía detallada de los compromisos de una voluntad común.

El principal compromiso de la Presidencia alemana es conseguir cerrar el paquete presupuestario en el Consejo para el periodo 2000-2006 en un plazo récord: la cumbre extraordinaria del 24-25 de marzo. Lograrlo sería un éxito histórico. Los anteriores acuerdos necesitaron casi un año para madurar.

El primer paquete (1988-93) permitió a la Comunidad superar su situación de quiebra y culminar el programa del mercado interior, ayudó poderosamente a la integración de los países ibéricos y dotó a la Comunidad de los medios necesarios para hacer frente a situaciones imprevistas como el fin de la Guerra Fría. Gracias a su existencia se pudo integrar de la noche a la mañana a los länder del este de Alemania en la política de Fondos Estructurales como segundo país receptor de los mismos.

El segundo acuerdo (1993-98) duplicó de nuevo los fondos estructurales en términos reales y creó el Fondo de Cohesión para proyectos de redes transeuropeas, infraestructura y medioambientales en los países cuya renta media estaba por debajo del 90% de la comunitaria con objeto de favorecer su convergencia, no de cumplir la condición de entrar en la tercera fase.

En ambos casos, la lógica fue fijarse unos objetivos ambiciosos de común acuerdo y poner los medios para lograrlos solidariamente. En el presente caso se ha actuado al revés, al considerar como techo del presupuesto comunitario el 1,27% del PIB comunitario. Hasta ahora ha sido suficiente y parece que lo será entre quince, si crecemos más, pero conviene recordar que estamos iniciando la Unión Monetaria, tenemos que hacer la Económica y que la generación de empleo es el segundo gran objetivo de la Presidencia. Para ello, Schröder tiene que pasar de defender el "Standort Deutschland" a fortalecer el "Standort Europa", porque eso es lo que está en juego. Volkswagen plantea su futuro con Seat y Skoda, el Airbus se hace en cuatro países.

De momento, tenemos un instrumento federativo monetario independiente, el Banco Central Europeo, pero aún no disponemos de un protagonista que gestione la política económica y fiscal europea. Los artículos escritor al alimón por Oskar Lanfontaine y D. Strauss-Khan son un paso adelante, pero la literatura no reemplaza a un gestor con medios. El desafío es consolidar el euro, jugando además un papel como locomotora mundial, con un presupuesto del 1,27% del PIB junto a un dólar con un presupuesto federal americano del 20% de su PIB, al tiempo que se crea empleo activamente. En estas condiciones, una interpretación restrictiva del Pacto de Estabilidad puede ser letal. Un avión en la pista de estacionamiento de un aeropuerto goza de estabilidad total, el problema es que no cumple con su función. Además, tanto los aviones como el presupuesto de EE UU tienen estabilizadores automáticos, el presupuesto de la UE no.

La posición de la Presidencia alemana es que la viabilidad futura y la legitimidad de la UE dependen de que se "comience a corregir ciertas injusticias en el reparto de las cargas...", señalando expresamente el caso alemán. Con este planteamiento de ser juez y parte, se quiebra cada vez más la tradición de considerar la Presidencia como instancia natural y mediadora. Hablar de una solución equilibrada en estas condiciones es un buen deseo sobre el desenlace negociador, no una formulación de criterios.

Es de suponer que tal afirmación no acepta como base de trabajo el principio del justo retorno -"I want my money back"- de la señora Thatcher. Generalizar tal principio supondría liquidar la comunidad, además de ignorar sus indudables dividendos. Desde hace 50 años, la paz; ahora, el disfrute del mercado interior, así como la capacidad de actuar en un mundo global. No obstante, de acuerdo con el criterio del saldo neto presupuestario, bastante tosco y miope por cierto, es innegable que el hecho de que países de mayor renta per capita de la Comunidad sean receptores netos -caso de Dinamarca, Luxemburgo, Bélgica, Francia, Italia y Gran Bretaña en el periodo 1991-97- no es muy equitativo. Ahora bien, fijarse tan sólo en este criterio significa plantear un debate contable y una subasta a la baja, como ocurrió con las propuestas de la Presidencia austriaca. La base de la negociación debe seguir siendo la propuesta de la Comisión. Si se persigue un más justo reparto de la carga, se habrá de hacer desarrollando un sistema de ingresos europeos. Lo injusto no es tanto que un país pague más que otro, sino que un obrero del Norte pague más que un latifundista del Sur. Cuando compartimos ciudadanía y democracia debemos desarrollar el principio democrático irrenunciable de que los impuestos deben ser votados por un Parlamento representativo.

Cuando la Presidencia alemana hace bandera de la armonización fiscal, está también planteando no sólo una consecuencia ineluctable del mercado interior y la Unión Económica y Monetaria, sino una aplicación del criterio de reparto equitativo de las cargas.

Sobre la reforma de la PAC, la predominancia de la política de precios centrada en los productos continentales representa un esfuerzo global de solidaridad hacia los grandes productores, bien organizados en grupos de presión. Buena prueba de ello es que menos de un 20% de los agricultores percibe el 80% de las ayudas, y que los mayores fraudes se producen en este sector.

Se impone una reforma que vaya más hacia las personas que las hectáreas, por razones económicas, de asentamientos humanos y ecológicas así como preparar la Ronda del Milenio de la OMC. El mejor método para reducir el gasto agrícola y hacerlo más equitativo es aprobar e incluso endurecer los límites a las ayudas directas, además de separar el coste de la ampliación.

En lo que respecta a los fondos estructurales, el criterio de la concentración para aumentar su impacto y su relación con el empleo es correcto. Sería conveniente completarlos con una regulación homogénea que tuviera en cuenta las ayudas públicas que algunos Estados y länder conceden a sus empresas.

Al hablar de cohesión, conviene distinguir entre el principio y el Fondo del mismo nombre. La cohesión económica y social aparece como principio general que inspira las políticas comunitarias en el art. B del Tratado de Maastricht. En este sentido, el mayor factor de cohesión es, sin duda, el euro, pero se pueden dar muchos ejemplos más como un reparto equitativo de los fondos del Programa Marco de Investigación y Desarrollo.

En cuanto al Fondo en sí, el Parlamento Europeo da el mismo sentido a la palabra cohesión que le da a la palabra "finanzausgleich" la Ley Fundamental de Bonn de 1948; equidad y solidaridad financieras territoriales.

Queda la ampliación, desafío con el que coincidimos todos por razones políticas e históricas, pero cuyo avance ha sido subordinado por la Presidencia alemana a un acuerdo exitoso en la Agenda 2000. El problema reside en que si no se deslindan las reformas necesarias y prosigue el chalaneo, se corre un serio peligro de convertir a estos países en chivos expiatorios de nuestros problemas en vez de socios potenciales.

La Presidencia alemana se ha autoemplazado a conseguir un acuerdo en un tiempo récord. Hay que desearle suerte en tan hercúlea tarea; lograr un acuerdo presupuestario y restablecer un clima de diálogo y trabajo conjunto como el que nos permitió superar obstáculos más difíciles en el pasado. El objetivo es construir una UE más cohesionada y protagonista, que a partir de la Unión Monetaria dé paso a la Europa Social y Política, no a su desmantelamiento.

Enrique Barón Crespo es eurodiputado y ex presidente del PE.