EL NACIONALISMO Y LOS MIEDOS QUE ENGENDRA

Artículo de Joseba Arregi en "El Correo" del 23-2-99

Poner en relación los términos nacionalismo y miedo para muchos no puede significar otra cosa que el sentimiento que embarga a aquéllos que no desean una Euskadi independiente y, por ello, temen que la superación de la violencia se pueda producir en términos de unidad nacionalista, y que, a partir de ésta, la independencia pueda estar más cerca.

No creo que la postura crítica para con el nacionalismo se pueda reducir a este miedo. Sería honesto reconocer que existen razones intelectuales argumentables que pueden conducir una postura crítica respecto al nacionalismo. Pero, en cualquier caso, el miedo al nacionalismo como miedo a una Euskadi independiente es una postura democráticamente tan legítima como la proclamación de la independencia de Euskadi como ideal político a perseguir, siempre que estas postura se planteen dentro de las reglas de juego democráticas, y conduzcan a una actividad política democrática.

Pienso, sin embargo, que el miedo en relación al nacionalismo no se limita a quienes no son nacionalistas, a los antinacionalistas, a quienes no creen que el valor de la comunidad sea lo primario, a los que defienden la soberanía del ciudadano individual y conciben el Estado como fruto de la voluntad de sus ciudadanos, a quienes simplemente no comparten la idea de Euskadi fuera de España.

Existe también, en mi opinión, miedo a pensar que el nacionalismo, él también, puede ser plural, miedo a admitir que existen formas distintas de plantearse el nacionalismo, la construcción nacional, miedo a que aparezca que quizá no todos los fines que pretende alcanzar el nacionalismo son compatibles en la realidad actual de la sociedad vasca.

Existe dentro del nacionalismo miedo a pensar que la definición territorial y étnica del nacionalismo no pueda ser compatible con la definición social del nacionalismo, con una definición que subraya la necesidad de una sociedad que, respetando sus profundas diferencias, se reconozca como una en esas mismas diferencias, miedo a que las consecuencias a extraer en el plano jurídico e institucional de los diversos sentimientos de pertenencia no se compatibilicen con el ideal territorial y étnico de una deteminada concepción de la nación.

Existe, en mi opinión, un miedo profundo a plantearse las consecuencias que para el nacionalismo clásico tiene la necesidad de adaptarse a las exigencias de los tiempos cambiantes, miedo a enfrentarse a las adaptaciones que exige un contexto de cultura cambiante, apostando por fórmulas flexibles, abiertas, complejas. Miedo al trabajo que representa imaginarse como posible la nación vasca no como algo étnicamente homogéneo, sino como una sociedad de ciudadanos que se reconocen mutuamente en su diferencia y se respetan en sus diversas referencias institucionales.

Existe, en definitiva, miedo dentro del nacionalismo a extraer las consecuencias de lo que significa que existan formas distintas de definir el pueblo vasco, formas distintas de concebir sus derechos, formas diversas de plantearse la construcción nacional.

Porque quizá necesite el nacionalismo imaginarse que es posible cambiar territorio por sociedad, soberanía por participación. Que quizá sea preferible una sociedad fuerte y con conciencia de sí misma, aunque la delimitación territorial no se corresponda con una determinada interpretación histórica, con una determinada etnia. Que quizás es mejor una sociedad completa en su diferenciación interna, con capacidad centrípeta, con capacidad de atracción, que un territorio completo a cambio de dividir la sociedad, de excluir a la mitad de ella.

Algún esfuerzo debiéramos dedicarle los nacionalistas a la cuestión de si es compatible la reclamación territorial y étnica, la definición de nación y de sus derechos en la formulación clásica, tradicional, con las exigencias de construcción de sociedad en las coordenadas de la realidad social vasca, de construcción nacional en las coordenadas de los cambios que se están produciendo en el paradigma cultural, de los cambios que se están produciendo en el paradigma del Estado nacional.

La referencia a las formulaciones clásicas del nacionalismo puede ser tremendamente tranquilizante, puede permitir, en los complicados momentos que vivimos, trazar una línea divisoria clara que separe la ortodoxia nacionalista de la heterodoxia. Pero quizá no ayude demasiado a construir nación hoy como sociedad vasca, no ayude a vivir la tensión necesaria, aunque difícil, entre lo étnico y lo cívico, tensión sin la cual no creo que se pueda construir la nación vasca, como tampoco sin el esfuerzo por reconducir continuamente la etnia, las distintas etnicidades, hacia un concepto cívico de nación.

Partiendo de que todos queremos la consolidación de la paz, debiera ser legítimo poder preguntar si la pacificación exige necesariamente una forma determinada de entender el nacionalismo, si la exigencia sine que non de la pacificación es una formulación clásica, tradicional y radical del nacionalismo, excluyendo cualquier otra posibilidad, si estamos condenados, por mor de la pacificación, a optar entre un nacionalismo clásico, tradicional y radical, o una renuncia completa a pensar Euskadi en el horizonte de la construcción nacional, desde la perspectiva de una nación social, cívica, y no como nación en contra de parte de la sociedad, en contra de muchos ciudadanos.

En referencia a diversas doctrinas e ideologías históricas, siempre se ha planteado la cuestión de si el aferramiento a la letra no es una manera de traicionar el espíritu de esas doctrinas, de esas ideologías. Y, de hecho, las que han sobrevivido históricamente son aquéllas que han mostrado capacidad de cambio y de adaptación, de renuncia al significado de la letra, y de aprendizaje de la verdad práctica, la de hacer lo que hicieron los fundadores, y no repetir miméticamente lo que dijeron.

Creo que la mayor y mejor aportación de Sabino Arana consistió en liberar los destinos de la sociedad vasca de quienes la querían encadenar a una fórmula política periclitada: los carlistas y el Antiguo Régimen. ¿No debiéramos preguntarnos hoy los nacionalistas si nuestro deber no consiste en liberar los destinos de la sociedad vasca de otra fórmula periclitada, la del Estado nacional, «o lo que quede de ello», como formulan algunos, o de las fórmulas que sólo sirven para enmascarar esa fórmula política? ¿Y no debiéramos plantearnos esa pregunta hasta las últimas consecuencias, y no sólo como ejercicio retórico?