LA DESLEALTAD DE ELORZA

Editorial de "ABC" del 11-10-01

Odón Elorza, alcalde socialista de San Sebastián, es la prueba de que la semilla de la deslealtad siempre brota en tiempos de dificultades. Su campaña de críticas contra Nicolás Redondo y la reivindicación de una línea «vasquista» para su partido son efectos del 13-M y de la consolidación nacionalista en el poder autonómico. Elorza representa a ese sector del socialismo vasco que sólo sabe hacer política con el visto bueno del PNV, actitud que mezcla una permanente crisis de identidad con un evidente complejo ante el nacionalismo. Sin embargo, la irrupción de Elorza contra Nicolás Redondo y la línea política de su partido podrá indignar por el oportunismo y la alevosía que rezuma, pero no debe sorprender a nadie. A lo largo de estos dos años, el alcalde donostiarra no ha ahorrado gestos de insolidaridad con su partido, y con los ciudadanos que éste representa, cada vez que se trataba de afirmar públicamente su perfil autonomista frente al PNV. Pero ahora la cuestión no se reduce a una política de gestos simbólicos, destinados a afianzar una actitud personal y aislada. Ahora, Elorza, con el apoyo de otros dirigentes como Gemma Zabaleta y Jesús Eguiguren, ha transformado esos gestos en propuestas y está planteando un giro radical de su partido con la finalidad, casi exclusiva, de marcar distancias con el PP y atraer el favor del nacionalismo, que ayer agradeció a Elorza los servicios prestados con una oferta de apoyo en la aprobación de los presupuestos municipales.

Ahora bien, ese giro se basa en unos postulados que fueron un fracaso a lo largo de los doce años de gobierno PNV-PSE. Elorza no ofrece nada nuevo que el socialismo vasco no haya puesto en práctica en el pasado con unos lamentables resultados, sobre los que el socialismo vasco ha hecho una valerosa autocrítica. La política de «transversalidad» entre socialistas y nacionalistas ha sido siempre una entelequia, que sólo sirvió para el afianzamiento de la hegemonía nacionalista y hoy, ante la deslealtad incontinente del PNV con la Constitución, constituye una propuesta de suicidio político. Elorza ha calculado mal. Su primer error es dar aire a su propuesta en plena agenda nacionalista -pleno de pacificación, Conferencia de Elkarri-, porque así confunde sus intenciones con el interés evidente del PNV por romper el entendimiento PP-PSOE. El segundo error es creer que la debilidad de la actual dirección del PSE se debe a la fragilidad de los principios defendidos, y no a unos resultados electorales adversos, porque son sus planteamientos de afinidad con el nacionalismo -regresivos y fracasados- los que han mermado la identidad del socialismo en el País Vasco. Elorza no ha aprendido las lecciones de la historia y se dispone a cometer los mismos errores del pasado.

Fueron Redondo y sus colaboradores quienes entendieron que la realidad del País Vasco obligaba a elegir entre dos opciones: la defensa del régimen constitucional y estatutario o la colaboración con el PNV en la ejecución de su política rupturista. Las terceras vías -como Madrazo, Elkarri o el propio Elorza- acaban siendo prolongaciones de un nacionalismo que fagocita cualquier apoyo, más ahora con mayoría asegurada, sin contemplaciones con la pluralidad de proyectos. La ruptura del pacto PSE-PNV en 1998 y el tesón de Nicolás Redondo dieron al socialismo vasco unas señas de identidad inequívocas, en torno a la defensa de la Constitución y del Estatuto. Por eso, la propuesta de Elorza de cambiar la dirección política y estratégica de su partido, paralelamente a un cambio de actitud ante la autodeterminación reclamada por el nacionalismo, es algo más que un cambio de táctica. Es una variación sustancial de las coordenadas del socialismo vasco en la realidad política y social de esta comunidad y compromete los compromisos adquiridos por la dirección del PSOE con el PP, plasmados en el Acuerdo por las Libertades y contra el Terrorismo. Esta dimensión de la deslealtad de Elorza emplaza directamente al secretario general del PSOE, José Luis Rodríguez Zapatero, a decantarse de manera inequívoca y expresa, porque cuando se anuncia la crisis de una política esencial de su partido, como la vasca, el silencio no es prudencia, sino consentimiento.