Accidente de un joven

(Lam 3, 17-26 V  y Mc 15, 33-39, 16, 1-6 V)

         Familiares y amigos de ..., hermanos todos:

         En estos momentos de profundo dolor, ninguna de nuestras palabras puede dar consuelo, ni puede explicar la muerte repentina de ....   Levantamos nuestro grito al cielo, y echamos la culpa a Dios, ¿cómo puede permitir que ocurran estas cosas?.   Si somos sus hijos, ¿cómo no hace nada para impedir tanto sufrimiento?  Y nadie nos responde, nadie es capaz de ahogar el dolor por la pérdida de un hijo, de un hermano, de un amigo. Quizás nos decimos, es que Dios no existe, y todo es un cuento. Cuando el mal y la muerte golpea nuestras vidas, nos sentimos zozobrar en nuestras convicciones y en nuestra fe.  El autor del libro de las Lamentaciones que hemos escuchado en la primera lectura, pasó por una situación parecida, de muerte y abandono, y hace 25 siglos escribía: “me han arrancado la paz y ni me acuerdo de la dicha; me digo, ya no tengo fuerzas y ni creo en Dios, fíjaos en mi aflicción y en mi amargura, en la hiel que me envenena...  Pero hay algo que recuerdo y que me da esperanza:  que la misericordia del Señor no termina nunca, El es fiel a sus promesas, y las renueva cada mañana.”

         Nosotros hoy, tenemos que hacer lo mismo que aquel hombre que escribió estas palabras hace tantos tiempo:  recordar, traer a la memoria.  Aquí en la Iglesia venimos recordando desde hace 2000 años que pasó por este mundo nuestro un hombre, Jesús de Nazaret, que vivió para hacer el bien a los demás, que nos habló de que existe un Dios que es Padre que nos dará la vida eterna.  Este hombre bueno y sencillo que nos enseñó cómo vivir siendo verdaderamente humanos, murió asesinado.  Y allí, elevado en la cruz, se sintió abandonado de Dios, y gritó al cielo Eloí, Eloí, lamá sabactaní, que significa: Dios mío, Dios mío, porqué me has abandonado:  ¡Cómo debió impresionar a los que presenciaban aquella muerte las palabras de Jesús que los evangelistas han querido dejarnos sus mismas palabras dichas en arameo!  Sí, Jesús también sintió no sólo el dolor de morir, sino el dolor mucho más intenso de sentirse abandonado por Dios.   Pero El desde la cruz, nos da su última enseñanza, se puede vivir y morir confiando, se puede vivir y morir confiando en Dios, confiando en que el bien es más fuerte que el mal, confiando en que la vida y el amor son más fuertes que la muerte. 

         Luego vino la resurrección, la alegría inmensa de aquellos discípulos que lo vieron vivo, y desde entonces esta historia es repetida una y mil veces en todos los confines del mundo,  llenando de esperanza los corazones de millones de personas. Nosotros también hacemos aquí memoria y recuerdo de esta historia, porque es la historia de Dios con nosotros, es la historia de cada uno de nosotros, es la historia de ..., vivo y muerto para Dios.

         ... fue unido a Cristo en su bautismo, fue unido a su muerte y a su resurrección.  A nosotros nos toca esperar, confiar, y depositarle en manos del Dios de Jesús.  Y a pesar de que no comprendemos, a pesar de nuestro dolor, dejar que surja de nuestro corazón, la palabra Padre, Padre nuestro, libra a ... de la muerte eterna.

         Que el Espíritu de Jesús os comunique toda la fuerza y el consuelo que necesitáis y que un día volváis a ver a vuestro hijo y hermano en la casa de Dios Padre.