El sentido de la vida

         Querida familia de ..., amigos y hermanos todos:

         La muerte, una vez más se ha llevado a uno de los nuestros. En estos momentos nuestro corazón y nuestro pensamiento buscan respuestas, un sentido a la muerte. Sentimos la herida profunda de la ausencia de .... El vacío que nos deja.  Tanto más cuanto más grande era vuestro cariño por él.  Por eso seguimos buscando respuestas, porque no podemos soportar que todo el amor desplegado en vuestra familia, todo el trabajo, los buenos y malos momentos pasados con ..., acaben aquí.  

         El hecho de la muerte, con toda su crudeza, nos revela una vez más algo que todos sabemos pero que tendemos a olvidar, que la vida del hombre es como una sombra que pasa, como hierba del campo que hoy florece y mañana se marchita, empleando palabras del salmista.  El tiempo consume rápidamente nuestra vida.  Y nos seguimos preguntando cuál es el sentido de la existencia, ¿merece la pena amar si todo acaba en la muerte? ¿merece la pena tanto trabajo y sufrimiento?  ¿merece la pena también tantas alegrías, si todo dura un instante fugaz?.  Todos los seres humanos nos hemos hecho alguna vez estas preguntas.  Son preguntas que tememos hacernos porque nos desinstalan.  Muchos huyen de ellas entregándose a consumir su vida detrás del dinero, del placer, del poder, del tener cosas que llenen ese vacío que todos llevamos dentro.

         Nosotros, aquí, en la Iglesia, desde hace casi dos mil años, creemos haber encontrado una respuesta a esas preguntas, una respuesta que se nos ha dado gratuitamente y que no nace de nuestros deseos.  Una respuesta que no pretende darnos un fácil consuelo, sino implicarnos en una difícil tarea.  Una respuesta a la altura de la dignidad del ser humano.  Esta respuesta está en Cristo Jesús muerto y resucitado,  en el Jesús real que vivió en este mundo haciendo el bien, que lo mataron por decir la verdad, que mantuvo hasta la muerte su adhesión a un Dios Padre bueno que nos da la vida verdadera.  Esa vida que vieron y experimentaron unos testigos que hasta hoy nos han transmitido como buena noticia. Por eso, aunque con humildad, aún con el corazón dolorido, aún sin comprender totalmente, nosotros los cristianos, vivimos con confianza, al estilo y a la manera de Jesús, que confió siempre en su Padre Dios.  Por eso también comprendemos que nuestra vida aunque es como una sombra que pasa es una sombra de Dios.  Mejor aún, porque estamos hechos a imagen y semejanza de Dios sabemos que el amor nunca muere, porque estamos hechos de la misma esencia que constituye a Dios: el amor.  Por eso también comprendemos que si la vida es amor, la vida tiene que morir de amor para dar frutos de amor, como el grano de trigo, como Jesús. Muere la vida pero no la persona que vive para Dios, con la vida de Dios.  Por eso, el mejor consuelo y esperanza que encontraremos será  revivir y rememorar el amor que sentisteis por ..., el amor que sentimos por nuestros familiares y amigos difuntos, revivirlo y rememorarlo bajo la mirada del Dios Padre que nos ha revelado Jesús, y dejar que la confianza en Dios, la confianza en todo lo bueno y hermoso que tienen las personas y el mundo renazca en nuestro corazón.

         Que el amor de Dios y el amor de ... os mantenga unidos siempre en el amor, a vosotros familiares que lo estuvísteis en su vida, en su enfermedad y en su muerte.  Que crezcáis en el amor todos los días de vuestra vida, y que un día nos encontremos juntos, junto al Padre de todos, felices en el cielo y la tierra nuevas que se nos han prometido.