Confianza en Dios

             Rm 14,7-9 (VIII): En la vida y en la muerte somos de Dios

Jn 14, 1-6 (XVI): Creed en Dios y creed también en mí.

Todos buscamos respuestas al enigma de la muerte.   Todos nos hemos hecho a veces la pregunta de si habrá algo más allá.  ¡Dónde se va todo lo que amamos, tantas alegrías y sufrimientos! ¡Dónde se queda tanto esfuerzo y tanto trabajo!...  Los años pasan con rapidez, sentimos que apenas hemos podido hacer lo que deseábamos.  Los ideales de juventud, las ilusiones, todo se va pasando y nos va quedando esa sensación de que muchas veces, demasiadas, la vida no cumple las expectativas que hemos puesta en ella.  Y siempre está ahí la muerte, acompañándonos durante toda la vida, primero en la muerte de los familiares y amigos, después en ese deterioro progresivo que vamos sintiendo en nuestros cuerpos anunciador de que en el horizonte, también a nosotros, nos espera la muerte.  Pensar en la muerte es incómodo, preferimos huír de ese pensamiento, no queremos hacernos preguntas. Preferimos vivir al día, y mañana... ya veremos.

Nosotros los cristianos, tampoco tenemos respuestas para el enigma de la muerte.  No sabemos por qué tenemos que morir, por qué mueren los inocentes y los jóvenes, por qué parece que el mal acaba destruyendo lo que más queremos.   Nosotros los cristianos sólo tenemos la palabra de un hombre como nosotros, Jesús de Nazaret, que vivió hace dos mil años y que nos prometió la vida eterna si creíamos en El.  El nos anunció con sus palabras y con sus obras la buena noticia de que existe un Dios que es Padre misericordioso, que está en el origen del Universo y de la vida.  El, con su ejemplo nos enseñó que podemos pasar por la vida y por la muerte confiando en este Padre bueno, a pesar de que muchas veces no comprendemos el porqué de las cosas.   Para nosotros los cristianos, Jesucristo es como ese faro que en el mar de la vida nos guía en medio de las tormentas y las tinieblas.  Sí, sólo tenemos su palabra y la confianza que le han dado millones de personas a lo largo de la historia. Quizás para algunos no sea gran cosa, para nosotros los que creemos la vida con El se ilumina de esperanza: con El sí merece la pena amar, merece la pena sufrir, merece la pena trabajar por un mundo mejor, merece la pena perdonar y compartir y ser solidarios. Porque El, Jesús, así lo hizo.  Porque nosotros somos sus discípulos, hijos de Dios, herederos de la verdadera vida.

“En la vida y en la muerte somos del Señor”, nos decía San Pablo.  En esta fe nosotros hoy damos las gracias a Dios por la larga vida de Antonio, por su amor, su trabajo, sus desvelos, por todo lo que dio a su familia, y pedimos que tenga misericordia con sus defectos y errores, y que un día podamos encontrarnos todos en la casa del Padre. Amén.