2º Dom. Pascua, 27-04-2003   

         Desde el fondo de los siglos, desde aquellos lejanos días de la Pascua del Señor, nos llegan las últimas palabras de Cristo resucitado, y con ellas su última bendición para todos nosotros: "Dichosos vosotros que creéis sin haber visto". Es la última y definitiva bienaventuranza. Como aquellas bienaventuranzas que proclamó en la montaña, ésta última nos invita a descubrir y a experimentar una nueva forma de ser y de vivir en este mundo. Allí se nos invitaba a abrazar la pobreza y la humildad frente a las ansias de poder y riqueza que nos esclavizan y crean injusticia, allí se nos invitaba a luchar por la paz en contra de toda violencia, y hoy se nos invita por último a creer frente a la incredulidad, el miedo y la desesperanza. Detrás de todas estas invitaciones de Dios en el fondo hay una sóla, invitación a confiar en El. Una confianza que tiene que comenzar por dejar que nuestro corazón se abra a algo más que nosotros mismos, a algo más allá de nuestro horizonte existencial. Pero ¿qué hay detrás de la fe en la resurrección? ¿porqué nos llama dichosos Jesús a los que creemos en ella? ¿qué consecuencias tiene para nosotros creer en la resurrección? De entrada tenemos que dejar la pretensión de imaginarnos lo que es la resurrección, o de cómo pudo ser posible. Ya San Pablo tuvo que salir al paso de estas preguntas que también se hacían los primeros cristianos diciéndoles que se trata de algo "que ni el ojo vio, ni el oído oyó, ni el corazón del hombre puede imaginar lo que Dios ha preparado para los que le aman". Estamos pues ante un Misterio más allá de las posibilidades de entendimiento del ser humano. Pero sí entra dentro de nuestras posibilidades descubrir lo que la resurrección produce y las consecuencias que conlleva. En primer lugar, la resurrección de Jesús significa que la muerte ya no tiene dominio sobre El. Jesús ha traspasado el umbral de la muerte a una nueva vida en la que la muerte ya no está en el horizonte de la existencia. Pero también es verdad que muchas personas creen que tiene que haber otra vida, también los judíos que mataron a Jesús, los sacerdotes, los fariseos y hasta los romanos creían en la otra vida. Lo que tiene de verdadera originalidad la resurrección de Jesús es que precisamente resucita aquél que es asesinado por el poder, la violencia, la riqueza y una forma especial de considerar la religión. Quien resucita es el que eligió ser pobre entre los pobres, el que resucita es el que eligió ser pacífico frente a los violentos, el que ayudó y sanó, el que dijo siempre la verdad, el que compartió y se solidarizó con los pecadores. Por eso cuando nosotros proclamamos la resurrección de Jesús no estamos proclamando solamente que hay una vida después de la muerte, sino que a esa vida se accede, se entra practicando las bienaventuranzas, tal como las enseñó y practicó Jesús. Y esto realmente sí que tiene incidencia para nuestra vida.

En una palabra, de lo que nos habla la resurrección de Jesús es de cómo es Dios. Y este Dios es el que se muestra como Dios de vivos y no de muertos. Un Dios que no se deja manipular por el hombre, que está más allá de todas nuestras expectativas, el Dios creador, el Dios de la vida, el Dios que no nos abandona nunca, el Dios Padre que nos ama aquí, en la muerte, y después de la muerte.

Y es a este Dios al que hoy se nos pide que demos nuestra confianza, es a este Dios al que hoy se nos pide que abramos nuestro corazón, que empecemos por conocerle más, por apreciarle más. Y es aquí en la comunidad de sus seguidores, en esta comunidad real de sus discípulos, con sus luces y sus sombras, con sus buenas y malas obras, donde se nos invita a descubrirle y a seguirle. Juntos, soportándonos unos a otros, con un mismo pensamiento y sentimiento de agradecimiento, con un mismo afán por compartir nuestros bienes y solidarizarnos con los que no tienen nada.

Dichosos nosotros si dejamos a Dios ser Dios, dichosos nosotros si abrimos nuestro corazón, dichosos nosotros si confiamos en Dios y en todos los que nos han testimoniado su fe en El a lo largo de los siglos. Que la alegría y la paz del Señor resucitado nos colme ahora y siempre.