MAN RAY

MAN RAY ERA UN MAESTRO a la hora de crear y realizar imágenes. Poseía una brillante inteligencia y amaba la belleza femenina. ¿Se puede resumir una vida tan intensa y creativa en estas pocas palabras? Puede que sí. Pero ningún epitafio, por generoso que sea, puede hacerle justicia.

Había escogido el nombre de Man Ray y se rodeaba de misterio. Sabemos que su verdadero nombre era Emanuel, pero su apellido (¿Radinsky? ¿Radnitzky? ¿Rudinsky? ¿Rudnitzky?) sigue siendo un enigma para el mundo del arte. Pero esto, ¿es realmente importante?

Todos los que le conocieron en París lo consideraban una figura excepcional, fascinante y al mismo tiempo desconcertante. A Man Ray le gustaba desconcertar. ¿Qué era? Muchas cosas: arquitecto, pintor, diseñador, escultor, escritor, creador de objetos, ebanista, orfebre, cineasta y, naturalmente, fotógrafo.

De origen norteamericano —nació en Filadelfia en 1890— uno cree ver en él el espíritu de aventura, la enorme imaginación y la polifacética capacidad manual de los viejos pioneros. Pero mientras sus antepasados habían emprendido un viaje a la conquista de nuevas fronteras geográficas, los descubrimientos de Man Ray en el campo del arte y de la estética se proyectaban hacia espacios interiores.

Empezó a hacer fotografías alrededor de 1920, casi por casualidad. Nadie, en su opinión, era capaz de reproducir sus cuadros de forma satisfactoria, y de ahí que decidiera hacerlo personalmente. También lo fascinaban las múltiples posibilidades que vislumbraba en ese material lleno de misterio que era el papel fotosensible. ¿Era indispensable una cámara fotográfica? Ya entonces se sabía que colocando trocitos de papel, de vidrio y otros objetos planos encima del papel fotográfico, que luego se exponía a la luz y revelaba, se obtenía un fotograma. Pero Man Ray descubrió una nueva dimensión que llamó «rayografía». Ponía algunos objetos tridimensionales en el papel fotográfico, luego los exponía reiteradamente a una fuente luminosa móvil, obteniendo grabados fotográficos abstractos dotados de un fascinante efecto en relieve. Era un verdadero mago para los inventos, con un instinto especial para crear variaciones y efectos.

Si bien su talento abarca muchos campos, la fama de Man Ray se debe sobre todo a su faceta de fotógrafo, que se traduce en una amplia producción fotográfica e innumerables fotos puhlicadas en libros y revistas. Sin embargo no era su intención conseguir una reputación como fotógrafo en el sentido estricto de la palabra. Ante todo era un investigador que utilizaba el «error» técnico para crear nuevas formas de representación. Los siguientes procedimientos técnicos son harto conocidos por quienes se mueven en el campo de la fotografía: solarización (formación de una sombra oscura en torno a una imagen expuesta a una fuente luminosa durante el proceso de revelado), granulación (acentuación de la grana de plata del medio fotosensible que da a la fotografía una textura irregular), reproducción en negativo (inversión de los tonos blancos y negros, que dan a la imagen un aire irreal de extraordinario efecto), distorsión (modificación de la realidad gracias a la inclinación del ampliador), proceso con relieve (efecto tridimensional que se logra colocando una diapositiva sobre un negativo ligeramente desplazado). Todo ésto parece muy técnico, pero en manos de Man Ray los sistemas fotográficos se convierten en un instrumento que conduce a nuevas formas creativas, lo que no implica incapacidad de usar los procedimientos físicos y químicos de la técnica fotográfica convencional. Nos lo demuestran tanto los numerosos retratos de amigos y contemporáneos dentro del panorama Dada y Surrealista que se han hecho famosos, como una serie de naturalezas muertas poco usuales y ambiguas.

Basta dar un rápido vistazo al amplio y variado conjunto de sus obras para constatar su evidente inclinación por el sexo opuesto. Sus retratos y estudios de desnudos femeninos eran actos de amor propiamente dichos. Es interesante notar que, a su vez, sus modelos eran personajes famosos: «Kiki de Montparnasse», célebre modelo de los años veinte; Nusch Eluard, una de las estrellas del firmamento Dalí; Dora Maar, compañera de Picasso; Meret Oppenheim, artista muv conocida: Lee Miller, célebre fotógrafo y, naturalmente, la bailarina Juliet Browner, que se convertiría cn su esposa. Una serie de fotografías dotadas de una increíble riqueza imaginativa. Estas mujeres importantes eran mucho más que sujetos casuales o profesionales pagadas. Eran las musas inspiradoras que encendían la imaginación de Man Ray incitándolo a crear obras geniales. Lo que sorprende en estas fotos no es su impacto sexual, sino su excitante erotismo empapado de misterio. E incluso cuando la modelo es anónima, adivinamos, sentimos que la mujer «inmortalizada» por Man Ray tenía que poseer una personalidad que había servido de inspiración tanto al hombre como al artista.

Sus fotografías son testimonio de una afirmación de la vida y del amor que han prolongado la juventud del artista incluso durante la vejez. Podemos imaginárnoslo mientras sale de su estudio en la rue Férou, atraviesa place St. Sulpice y entra en un restaurante pequeño pero bueno; resulta difícil aceptar que este hombre dotado de un talento tan enorme haya muerto en 1976. La original lápida funeraria, un huevo amarillo, colocado entre los imponentes monumentos fúnebres del cementerio de Montparnasse —erigida por su mujer Juliet durante una ceremonia fúnebre íntima acompañada por música de arpa— lleva una frase de Man Ray, cuyas palabras no repetimos, respetando su voluntad. Hay que rendirle homenaje e ir a buscarlas para leerlas donde se escribieron.

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